Este libro nos ofrece un profundo estudio sobre la celebración de la Misa. Sorprende desde el principio hasta el final porque, a diferencia de otros parecidos, engancha cada página sin necesidad de innovar en nada. La doctrina contenida en este libro es la misma que podemos encontrar en los grandes autores. Pero la forma es nueva y por ello, de alguna manera, también es nuevo lo que se dice.
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Müller, obispo de Regensburg y conocido teólogo, ha elegido un esquema tradicional: seguir las partes de la Misa, mostrando su fundamento teológico y su relación con Jesucristo. No se mueve el libro en el sentido de facilitar la participación en la Misa, sino más bien en desentrañar su contenido teológico a la luz de la Sagrada Escritura y de la Tradición y el Magisterio. Ha elegido el género de ensayo, parco en citas, especialmente de autores modernos, que facilita la lectura y da al conjunto del libro el carácter de una meditación teológica muy reflexionada e hilvanada en largas horas de contemplación. Es teología y, sin embargo, no tiene la forma de un estudio farragoso sino la cadencia de quien explica una verdad fundamental para, al paso de los razonamientos, ir extrayendo su riqueza dejando al lector, a pesar de todo, la sensación de encontrarse ante algo más grande.
Son muchas las ideas que merecen ser subrayadas de este trabajo. Basta señalar algunas: Müller insiste en que en la Misa el cristiano está llamado a entrar en comunión con Cristo y, a través de Él, con el Padre. Insiste en recordar el carácter sacrificial, contra algunas tendencias modernas, pero entendiéndolo, como es en realidad, no como respuesta a un Dios sádico que exige satisfacción, sino como acto del Padre que entrega a su propio Hijo, y del Hijo que acepta cumplir la voluntad del Padre. Este aspecto fundamental, a menudo sepultado por doctrinas psicologistas o que ponderan el valor de reunión y ágape fraternal hasta el punto de negar la conexión de la Eucaristía con la Cruz, es constantemente recordado por el autor. Dice por ejemplo, respecto a quienes han omitido ese lenguaje por encontrarlo poco moderno: “Evitando la terminología del sacrificio, no se reduce la seriedad de la cruz, la única en que se encuentra nuestra salvación y bendición” (p. 113), y “Estrategias psicologistas para la predicación dominan la teología y conducen a la pérdida de l sustancia de la fe. Indiscutiblemente, la misa es la realidad de la presencia sacramental del sacrificio de la cruz de Cristo” (p. 131).
De igual manera logra mostrar la armonía profunda entre la liturgia de la palabra y la de la eucaristía, mostrando el lugar de la predicación como manera de actualizar la Palabra de Dios Revelada y situando el Credo como respuesta de la comunidad creyente a lo que ha sido anunciado. Tampoco el autor evita el diálogo ecuménico que sitúa desde la verdad heredada y vivida en la Iglesia alrededor de este sacramento.
Este tratado está lleno de bellas intuiciones que no son fruto de la lectura apresurada sino sedimentación de muchas horas de estudio. Un libro al que vale la pena volver una y otra vez y que sorprende que el actual panorama de la literatura religiosa y teológica, poco dado a deparar sorpresas.