«En el mes de octubre de 1969 llegué sin pena ni gloria a Courlaoux». El sacerdote parisino Jean ha sido destinado a la Francia rural. Como narrador y testigo, Jean cuenta la historia de dos personas excepcionales: Charlotte, «la loca del pueblo», una mujer de fe cuya relación con la muerte es cercana y ritual, y Jan, un músico holandés, quien huye del dolor de un amor perdido y quiere componer su gran obra. Unidos por una búsqueda espiritual, de transcendencia, ambos procurarán la salvación del otro a través de gestos de amor y belleza, acompañados por la imponencia de la naturaleza: la tierra como lugar de protección, la pureza del agua y el fuego, y el viento como vehículo de melodías y lamentos.
En su primera novela, el poeta francés Réginald Gaillard narra una historia dividida en sus personajes, a su vez fraccionados en su interior, y su búsqueda por volver a armonizar los fragmentos de sus vidas. El título original deja ver el juego de significados: partition es tanto partición como partitura.
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La partitura interior.
La partitura interior. Reginald Gaillard. Ed. Encuentro. Madrid, 2019. 238 pags.
Obra que ha recibido en Francia el Premio de novela católica 2019.
La traducción y notas se deben a José Antonio Millán Alba, Catedrático de Filología francesa de la Universidad Complutense.
El relato es una narración, casi siempre en primera persona, de un párroco rural, ya al final de su vida, de su largo servicio pastoral en una zona rural cercana a Lyon.
El párroco, como buen sacerdote, reza por sus feligreses y va adquiriendo la sabiduría que se alcanza con la oración y la experiencia al servicio de las personas, con sus sufrimientos, sus crisis y sus penas y alegrías.
Destacan dos personajes, además del párroco: Charlotte, una mujer que a primera vista aparece con carencias mentales, que son reales, pero ocultan una gran finura de alma.
Y Jan, joven músico que, después de un éxito prematuro, se retira a la vida rural para componer su gran sinfonía, pero no logra alcanzar la obra maestra que se propone, y destruye de día lo que compone de noche…
Algún crítico ha comparado esta novela con el “Diario de un cura rural” de Bernanos. Sin llegar a esa altura, es una novela por encima de la media.
Reginald Gaillard ha escrito
Reginald Gaillard ha escrito una novela que podríamos designar como psicológica, en la que demuestra que sabe escribir y que sabe construir unos personajes bien delimitados. El lector termina conociendo bien quien es la loca Charlotte, y quien es el compositor ateo Jan. El protagonista principal, al ser el narrador de la historia, no está tan definido, aunque cuenta unos cuantos detalles de su vida en lo que sucede desde que llega al pueblo, joven, hasta lo que nos cuenta, siendo ya anciano, según el mismo se califica.
Apenas hay algún diálogo. Todo es descripción psicológica de dos personajes bastantes curiosos, y dejar entrever algo, no mucho, de él mismo sacerdote, cura de pueblo, en torno al que giran todos los sucesos. Este sacerdote llega casi como desterrado de París –no queda claro por qué- un poco desesperado por la situación tan distante de lo que conocía de las parroquias de la capital. Pero a lo largo de su estancia en un pueblo perdido termina sintiéndose afortunado con su cambio de vida.
Las vidas de la loca del pueblo y del músico ateo son tristes y peculiares, bien narradas por el autor. El conjunto de la historia es notoriamente anacrónico. Se supone que los hechos principales se sitúan en nuestro siglo y eso no cuadra nada. En Francia los curas rurales tienen muchas –muchísimas- parroquias y no paran de ir de un lado para otro. Nuestro protagonista pasa años y años en los que da la impresión, según el relato, que dedica mucho tiempo a la loca y bastante al músico. Parece que apenas tiene trato con los demás feligreses –salvo uno o dos- y, desde luego, no viaja a atender otras parroquias.
La traducción no es totalmente correcta. Hay algunos pasajes que no tienen mucho sentido y se puede adivinar una mala traducción. Por ejemplo se habla de presbiterio como la casa del presbitero, cuando en castellano nunca se usa de esa manera.