Dimitri Dimitrich Gurov, representante de la burguesía alta, incluso de la nobleza, de la Rusia anterior a 1905 –primera sublevación de la serie que desembocaría en la Revolución Rusa de 1916- descansa en Yalta, Crimea. Como representante de la clase social alta, no tiene nada que hacer, sino pasear, sentarse frente al mar en una terraza y dejar que el tiempo transcurra.
Chéjov nos presenta a un hombre de apenas cuarenta años, tras quince años de matrimonio con una mujer “fría”, que huye de su la monotonía de su casa y busca solaz junto al mar. No tiene nada de extraño, pues, que se dedique a contemplar el horizonte, y en ese horizonte aparece “la señora del perro”, Ana Sergeyevna, una joven mujer casada, también de clase alta, que como él, no tiene más que aburrimiento en su vida de matrimonio con un hombre de físico tan poco atrayente que “parecía un siervo”.
¿Qué podían hacer dos paseantes solitarios más que compartir su soledad? No obstante Chéjov describe los sentimientos encontrados de Ana, su sentido de culpabilidad en el frecuentar la compañía de un hombre casado, siendo ella igualmente esposa:
“- Créame, créame usted, se lo suplico. Amo la existencia pura y honrada, odio el pecado. Yo no sé lo que estoy haciendo. La gente suele decir: “El demonio me ha tentado”. Yo también pudiera decir que el espíritu del mal me ha engañado”.
-¡Chis! ¡Chis!... –murmuró Gurov.
Después la miró fijamente, la besó, hablándole con dulzura y cariño, y poco a poco se fue tranquilizando, volviendo a estar alegre, y acabaron por reírse los dos.”
Pero como todo termina, también este periodo de solaz compartido llegó a su fin y ambos retornaron a su hogar y a su aburrimiento interminable. Gorov a Moscú y Ana a San Petersburgo.
“¡Qué noches más estúpidas, qué días más faltos de interés! El afán de las cartas, la glotonería, la bebida, el continuo charlar siempre sobre lo mismo. Todas estas cosas absorben la mayor parte del tiempo de muchas personas, la mejor parte de sus fuerzas, y al final de todo eso ¿qué queda?: una vida servil, acortada, trivial e indigna, de la que no hay medio de salir, como si se estuviera encerrado en un manicomio o una prisión.”
Así expresó Chéjov el tedio finisecular que también alcanzaba a las clases altas de toda Europa y que invadiría la literatura bajo el nombre de “spleen” , o melancolía.
Gurov no está dispuesto a sucumbir a la melancolía finisecular. No puede cambiar su vida de aristócrata rico, de hombre casado con una mujer que no le demuestra afecto. Necesita un cambio y decide cambiar la orientación de sus afectos: viaja a San Petersburgo para volver a ver a Ana. Y se encuentra a una Ana, casada con un hombre rico y poderoso por su condición política. Una Ana igualmente melancólica e infeliz. Y la historia continúa. Será Ana la que viaje a Moscú repetidamente para encontrar a Gurov.
“Ana Sergeyevna y él se amaban como algo muy próximo y querido, como marido y mujer, como tiernos amigos; habían nacido el uno para el otro y no comprendían por qué ella tenía un esposo y él una esposa. Eran como dos aves de paso obligadas a vivir en jaulas diferentes. Olvidaron el uno y el otro cuanto tenían por qué avergonzarse en el pasado, olvidaron el presente, y sintieron que aquel amor los había cambiado… Entonces discutieron sobre la necesidad de evitar tanto secreto, el tener que vivir en ciudades diferentes y verse tan de tarde en tarde. ¿Cómo librarse de aquel intolerable cautiverio?”
Chéjov nos plantea el problema y analiza previamente el estado anímico que conduce a ambos personajes por el derrotero del amor prohibido. Quizás esta situación no le era ajena y la sin duda la presenció en la vida de personas muy próximas a él. Chéjov termina este relato sin decantarse ni por la felicidad ni por la fidelidad, que son los términos que aquí parecen ser antagónicos.
“Y ambos veían claramente que aún les quedaba un camino largo, largo, que recorrer, y que la parte más complicada y difícil no había hecho más que empezar.”
Historia anónima
En este relato, Chéjov se esconde tras un personaje que desde un segundo plano, y poco a poco, alcanzará el protagonismo o al menos lo compartirá con los otros personajes principales. Chéjov será un hombre libre y rico, de corazón noble y conciencia patriótica, un joven con grandes ideales pero de salud precaria. Este joven decide servir en calidad de criado, a Jorge Ivanich Orlov, de treinta y cinco años, hijo del líder político contrario. Pretendía, durante su servicio, convertirse en espía para su partido. Pero lo que se encontró fue un joven rico, frívolo e incapaz de asumir ninguna responsabilidad.
Los siervos de la Rusia del final del XIX eran considerados “cosas”, así podían presenciar actos propios de la intimidad de las personas sin provocar sentimientos de pudor en los aristócratas o en los burgueses ricos. También escuchaban las discusiones y desavenencias, aunque era frecuente que los nobles y ricos lo hicieran en francés, lengua reservada a los hombres cultos y por tanto ricos. La condición de rico de nuestro protagonista, metido a espía, permite al lector entender lo que sucede en la intimidad de Jorge Ivanich Orlov, cuya casa carece de cocina y de establo. Chéjov lo describe como un joven que odia la familia, los hijos y el trasiego de objetos necesarios para la crianza de los niños. En su casa celebra, las noches de los jueves, reuniones con amigos en las que la bebida, las cartas y las ironías sobre la conducta de las mujeres poco fieles y frívolas era lo habitual.
Zinaida Fyoidorovna Krasnovsky, esposa del señor Krasnovsky, mantiene una relación extramatrimonial con Jorge y fiada de su palabra, de sus halagos, cree que él desea una vida compartida con ella. Por eso abandona a su esposo quien conocedor de la situación le pide que no le abandone pues añadiría a la deslealtad el desprestigio social. Pero Zinaida está dispuesta a todo por el amor de Jorge.
Pronto la convivencia en la casa de Jorge empieza a hacerse dura y él comienza a salir por la noches, signo inequívoco de infidelidad hacia ella. Los desprecios aumentan, así como los abusos por parte de la criada que ve lo poco que Zinaida significa para el amo de la casa. Chéjov, oculto tras la voz del criado asiste al sufrimiento y desesperación de la bella mujer y termina por descubrir su falso papel de criado, su origen noble, su riqueza y se ofrece para sacarla de ese mundo de engaño y desprecio. Los dos huyen a Venecia y Niza. Pero ya es un poco tarde para la bella Zinaida que está embarazada. El joven noble la ayuda y consuela en todo momento pero no puede convertirse en su esposo porque carece de salud. Ella en su desesperación, tras dar a luz una hermosa niña, se suicida con veneno. Él acoge a esa niña y la cuida durante sus primeros años pero pronto comprende que su vida no se podrá alargar más así que retorna a San Petersburgo, donde sigue viviendo Jorge, el padre biológico de la niña, y el señor Krasnovsky cuyo apellido reza en el nombre de la niña.
Una muy triste historia con un final completamente posible. De nuevo Chéjov nos presenta el problema del amor conyugal enfriado por el paso del tiempo, y las consecuencias de una solución, que a primera vista podría ser considerada la solución ideal. Pero que la vida, con su dureza, se encarga de desmentir con demasiada frecuencia. Nos deja sin saber cual será finalmente el destino de la niña.
Este volumen recoge diez relatos escritos entre 1882 y 1899, representativos de toda la trayectoria cuentística de Chejóv, que llegó a escribir más de mil cuentos. La calidad de todos ellos convierte en inútil el papel del antólogo y hace que resulte difícil destacar qué es lo más selecto de la narrativa del escritor ruso. Sus personajes, pertenecientes a la burguesía o a las clases bajas, se despliegan en estos relatos sin propósitos sociales o políticos: se mueven, simplemente, como seres humanos. Lo que destaca en estas historias, como en todo Chejóv, es precisamente el tratamiento doméstico de las pasiones humanas: una simple anécdota, muchas veces trivial, dibuja una sugerente radiografía de los conflictos del alma, con sus dosis de ternura y odio, de drama y comedia. La muerte se alía burlescamente con el engaño, la ira con la compasión, la sabiduría retorcida de la edad adulta con la ingenuidad certera del niño de siete años. El narrador se implica muchas veces y emite juicios morales, pero desde una distancia que no impone conclusiones. Las historias quedan a menudo abierta, o se cierran con una reflexión ambigua que debe completar el propio lector. La prosa de Chejóv, sobria, exacta, utiliza las palabras y los detalles precisos y sabe dotar a cada cuento de esa tensión interna que necesita para que "funcione". Los diálogos, vivos y coloquiales, sin apenas concesiones a la argumentación, sirven tantas veces de contrapunto a las descripciones de la narración, completando unos textos que apenas sufren con el paso del tiempo porque tienen alcance universal.
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La señora del perro
Dimitri Dimitrich Gurov, representante de la burguesía alta, incluso de la nobleza, de la Rusia anterior a 1905 –primera sublevación de la serie que desembocaría en la Revolución Rusa de 1916- descansa en Yalta, Crimea. Como representante de la clase social alta, no tiene nada que hacer, sino pasear, sentarse frente al mar en una terraza y dejar que el tiempo transcurra.
Chéjov nos presenta a un hombre de apenas cuarenta años, tras quince años de matrimonio con una mujer “fría”, que huye de su la monotonía de su casa y busca solaz junto al mar. No tiene nada de extraño, pues, que se dedique a contemplar el horizonte, y en ese horizonte aparece “la señora del perro”, Ana Sergeyevna, una joven mujer casada, también de clase alta, que como él, no tiene más que aburrimiento en su vida de matrimonio con un hombre de físico tan poco atrayente que “parecía un siervo”.
¿Qué podían hacer dos paseantes solitarios más que compartir su soledad? No obstante Chéjov describe los sentimientos encontrados de Ana, su sentido de culpabilidad en el frecuentar la compañía de un hombre casado, siendo ella igualmente esposa:
“- Créame, créame usted, se lo suplico. Amo la existencia pura y honrada, odio el pecado. Yo no sé lo que estoy haciendo. La gente suele decir: “El demonio me ha tentado”. Yo también pudiera decir que el espíritu del mal me ha engañado”.
-¡Chis! ¡Chis!... –murmuró Gurov.
Después la miró fijamente, la besó, hablándole con dulzura y cariño, y poco a poco se fue tranquilizando, volviendo a estar alegre, y acabaron por reírse los dos.”
Pero como todo termina, también este periodo de solaz compartido llegó a su fin y ambos retornaron a su hogar y a su aburrimiento interminable. Gorov a Moscú y Ana a San Petersburgo.
“¡Qué noches más estúpidas, qué días más faltos de interés! El afán de las cartas, la glotonería, la bebida, el continuo charlar siempre sobre lo mismo. Todas estas cosas absorben la mayor parte del tiempo de muchas personas, la mejor parte de sus fuerzas, y al final de todo eso ¿qué queda?: una vida servil, acortada, trivial e indigna, de la que no hay medio de salir, como si se estuviera encerrado en un manicomio o una prisión.”
Así expresó Chéjov el tedio finisecular que también alcanzaba a las clases altas de toda Europa y que invadiría la literatura bajo el nombre de “spleen” , o melancolía.
Gurov no está dispuesto a sucumbir a la melancolía finisecular. No puede cambiar su vida de aristócrata rico, de hombre casado con una mujer que no le demuestra afecto. Necesita un cambio y decide cambiar la orientación de sus afectos: viaja a San Petersburgo para volver a ver a Ana. Y se encuentra a una Ana, casada con un hombre rico y poderoso por su condición política. Una Ana igualmente melancólica e infeliz. Y la historia continúa. Será Ana la que viaje a Moscú repetidamente para encontrar a Gurov.
“Ana Sergeyevna y él se amaban como algo muy próximo y querido, como marido y mujer, como tiernos amigos; habían nacido el uno para el otro y no comprendían por qué ella tenía un esposo y él una esposa. Eran como dos aves de paso obligadas a vivir en jaulas diferentes. Olvidaron el uno y el otro cuanto tenían por qué avergonzarse en el pasado, olvidaron el presente, y sintieron que aquel amor los había cambiado… Entonces discutieron sobre la necesidad de evitar tanto secreto, el tener que vivir en ciudades diferentes y verse tan de tarde en tarde. ¿Cómo librarse de aquel intolerable cautiverio?”
Chéjov nos plantea el problema y analiza previamente el estado anímico que conduce a ambos personajes por el derrotero del amor prohibido. Quizás esta situación no le era ajena y la sin duda la presenció en la vida de personas muy próximas a él. Chéjov termina este relato sin decantarse ni por la felicidad ni por la fidelidad, que son los términos que aquí parecen ser antagónicos.
“Y ambos veían claramente que aún les quedaba un camino largo, largo, que recorrer, y que la parte más complicada y difícil no había hecho más que empezar.”
Historia anónima
En este relato, Chéjov se esconde tras un personaje que desde un segundo plano, y poco a poco, alcanzará el protagonismo o al menos lo compartirá con los otros personajes principales. Chéjov será un hombre libre y rico, de corazón noble y conciencia patriótica, un joven con grandes ideales pero de salud precaria. Este joven decide servir en calidad de criado, a Jorge Ivanich Orlov, de treinta y cinco años, hijo del líder político contrario. Pretendía, durante su servicio, convertirse en espía para su partido. Pero lo que se encontró fue un joven rico, frívolo e incapaz de asumir ninguna responsabilidad.
Los siervos de la Rusia del final del XIX eran considerados “cosas”, así podían presenciar actos propios de la intimidad de las personas sin provocar sentimientos de pudor en los aristócratas o en los burgueses ricos. También escuchaban las discusiones y desavenencias, aunque era frecuente que los nobles y ricos lo hicieran en francés, lengua reservada a los hombres cultos y por tanto ricos. La condición de rico de nuestro protagonista, metido a espía, permite al lector entender lo que sucede en la intimidad de Jorge Ivanich Orlov, cuya casa carece de cocina y de establo. Chéjov lo describe como un joven que odia la familia, los hijos y el trasiego de objetos necesarios para la crianza de los niños. En su casa celebra, las noches de los jueves, reuniones con amigos en las que la bebida, las cartas y las ironías sobre la conducta de las mujeres poco fieles y frívolas era lo habitual.
Zinaida Fyoidorovna Krasnovsky, esposa del señor Krasnovsky, mantiene una relación extramatrimonial con Jorge y fiada de su palabra, de sus halagos, cree que él desea una vida compartida con ella. Por eso abandona a su esposo quien conocedor de la situación le pide que no le abandone pues añadiría a la deslealtad el desprestigio social. Pero Zinaida está dispuesta a todo por el amor de Jorge.
Pronto la convivencia en la casa de Jorge empieza a hacerse dura y él comienza a salir por la noches, signo inequívoco de infidelidad hacia ella. Los desprecios aumentan, así como los abusos por parte de la criada que ve lo poco que Zinaida significa para el amo de la casa. Chéjov, oculto tras la voz del criado asiste al sufrimiento y desesperación de la bella mujer y termina por descubrir su falso papel de criado, su origen noble, su riqueza y se ofrece para sacarla de ese mundo de engaño y desprecio. Los dos huyen a Venecia y Niza. Pero ya es un poco tarde para la bella Zinaida que está embarazada. El joven noble la ayuda y consuela en todo momento pero no puede convertirse en su esposo porque carece de salud. Ella en su desesperación, tras dar a luz una hermosa niña, se suicida con veneno. Él acoge a esa niña y la cuida durante sus primeros años pero pronto comprende que su vida no se podrá alargar más así que retorna a San Petersburgo, donde sigue viviendo Jorge, el padre biológico de la niña, y el señor Krasnovsky cuyo apellido reza en el nombre de la niña.
Una muy triste historia con un final completamente posible. De nuevo Chéjov nos presenta el problema del amor conyugal enfriado por el paso del tiempo, y las consecuencias de una solución, que a primera vista podría ser considerada la solución ideal. Pero que la vida, con su dureza, se encarga de desmentir con demasiada frecuencia. Nos deja sin saber cual será finalmente el destino de la niña.
Este volumen recoge diez relatos escritos entre 1882 y 1899, representativos de toda la trayectoria cuentística de Chejóv, que llegó a escribir más de mil cuentos. La calidad de todos ellos convierte en inútil el papel del antólogo y hace que resulte difícil destacar qué es lo más selecto de la narrativa del escritor ruso. Sus personajes, pertenecientes a la burguesía o a las clases bajas, se despliegan en estos relatos sin propósitos sociales o políticos: se mueven, simplemente, como seres humanos. Lo que destaca en estas historias, como en todo Chejóv, es precisamente el tratamiento doméstico de las pasiones humanas: una simple anécdota, muchas veces trivial, dibuja una sugerente radiografía de los conflictos del alma, con sus dosis de ternura y odio, de drama y comedia. La muerte se alía burlescamente con el engaño, la ira con la compasión, la sabiduría retorcida de la edad adulta con la ingenuidad certera del niño de siete años. El narrador se implica muchas veces y emite juicios morales, pero desde una distancia que no impone conclusiones. Las historias quedan a menudo abierta, o se cierran con una reflexión ambigua que debe completar el propio lector. La prosa de Chejóv, sobria, exacta, utiliza las palabras y los detalles precisos y sabe dotar a cada cuento de esa tensión interna que necesita para que "funcione". Los diálogos, vivos y coloquiales, sin apenas concesiones a la argumentación, sirven tantas veces de contrapunto a las descripciones de la narración, completando unos textos que apenas sufren con el paso del tiempo porque tienen alcance universal.