Ayaan Hirsi Alí, nacida en Somalia, de nacionalidad holandesa y residente en los Estados Unidos, hace un repaso a su vida y a la influencia del Islam en la misma. La autora denuncia la falta de derechos de la mujer en el mundo islámico, así como el uso de la violencia en los ámbitos familiar, educativo y social. Señala cómo en las últimas décadas se ha producido una radicalización progresiva en ese mundo y se pregunta cómo han de actuar los países occidentales con las minorías islámicas establecidas en sus territorios, cuando estas se niegan a acatar las normas aplicables a todos los ciudadanos.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2011 | Galaxia-Gutenberg |
428 |
978-84-16072-75-0 |
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La tesis central del libro de Ayaan Hirsi Alí es la de que, lo que consideramos excesos del islamismo, por ejemplo el uso del terrorismo o la aplicación de la pena de muerte por delitos de blasfemia o apostasía, son consecuencia de una aplicación literal del Corán y no actuaciones aisladas de minorías o individuos especialmente fanatizados. Para la autora el Islam es una religión medieval, incompatible con los derechos humanos y las exigencias de las sociedades democráticas. Los musulmanes consideran que el Corán es la palabra de Alá y que, como tal, ha de aplicarse rigurosamente. A ello hay que decir que el Corán cuenta con dos vertientes: a) La referida a las obligaciones religiosas tales como la oración, el ayuno o la caridad, y b) Una dimensión social dirigida a conformar y gobernar un pueblo. Sin perjuicio de las obligaciones religiosas que son intemporales y del respeto debido a todas las religiones, debería aceptarse el hecho de que las normas de tipo social y judicial de Corán fueron dictadas para un lugar y una época concretas, y que el mundo ha cambiado mucho desde entonces. De hecho el Islam se vive en monarquías, repúblicas, regímenes dictatoriales o estados teocráticos, luego ya nos encontramos con una primera adaptación del mismo a las circunstancias externas. La segunda cuestión importante que plantea la autora es la de qué deben hacer los gobiernos occidentales respecto de las minorías islámicas establecidas en su territorio cuando éstas se niegan a aceptar los requerimientos de una sociedad democrática. En España no hace mucho tiempo se tuvo conocimiento de que un tribunal islámico de ancianos había condenado a muerte a una mujer en Tarragona; ignoro por qué causa. La mujer pudo escapar y denunciarlo a la policía. Lo lógico es que no se dé a esa conducta un tratamiento penal, lo cual sería largo y difícil, sino la expulsión de España de esos ancianos y eventualmente de sus familias (reunificación familiar inversa) por pretender condenar a muerte a una persona en un país donde no existe la pena de muerte. De la misma manera es frecuente que un pediatra observe como una niña que tenía sus órganos genitales íntegros, a la vuelta de unas vacaciones en Marruecos tiene realizada una ablación de los órganos sexuales externos. Esto en España es un delito, por lo que en aplicación de la ley penal más favorable, la familia debería ser devuelta a su país de origen donde esta actividad pueda estar amparada por la ley. O bien ser expulsados al considerar que, como padres, no han utilizado la diligencia debida para evitar que su hija fuera objeto de una mutilación castigada por la ley española. No se trata de poner obstáculos a la fe en Alá y en su Profeta, sino de exigir que se eviten prácticas incompatibles con la legislación de los países en los que viven. Esto los islámicos lo entienden perfectamente, lo que probablemente no entiendan igual es cómo se les dan tantas facilidades para infringir las leyes de los países de acogida. Ayaan pone infinidad de ejemplos de esto último.