Extenso, pero de argumento escueto, Silvio en El Rosedal relata
el retiro andino que durante una década vive Silvio Lombardi,
cuyo padre, inmigrante italiano devenido dueño de ferretería limeña,
muere atragantado por una pepa de durazno a poco de adquirir
la finca serrana El Rosedal; Silvio, a los cuarenta años de
edad, hereda la propiedad. Raras veces durante los diez años que
lo acompañamos sale del claustro en el cual se encierra –ni de la
hacienda ni de la sierra misma– para bajar a la costa. En cambio,
pasea por el rosedal que da su nombre a la hacienda, hojea viejos
periódicos, asiste sin entusiasmo a las fiestas dadas por los nota-bles
tarmeños. Envejece.
Una tarde, desde la cima de un cerro, cree descubrir una clave
en el rosedal. A partir de este descubrimiento, que cierra el primer
movimiento del cuento, Silvio se dedica al desciframiento de la
clave. Conforme con sus interpretaciones, Silvio se pone a mejorar
el ganado de la hacienda o a retomar el violín. El renombre de su
establo gana toda la región; da un inolvidable concierto de violín
con el maestro Rómulo Cárdenas. Con el tiempo, pierde el entusiasmo y va dejando esas actividades para volver a tomar la rutina
de antes.
Pero por segunda vez, su entrega a la rutina se ve interrumpida.
Con la llegada a El Rosedal de las Settembrini, parientas italianas
de Silvio, empieza el tercer y último movimiento del cuento.
Roxana, la sobrina, es una hermosa quinceañera de la cual Silvio
se enamora fulminantemente. En una fiesta que sirve de desenlace,
Roxana es presentada a la sociedad tarmeña y Silvio, dándose
cuenta que la sobrina se le va de las manos, se retira con su violín
a los altos de su casa para observar, solo, el desarrollo de los feste-jos.
Comentarios
"La historia contada por el cuento debe entretener, conmover"
(Cuentos 33), reza el cuarto de los diez preceptos que elabora Julio
Ramón Ribeyro para el prólogo al tercer tomo de La palabra del
mudo. Preguntado poco antes de morir qué es lo que hace que un
cuento sea logrado, Ribeyro contesta, "que transmita una emoción"
(Minardi 471). Silvio en El Rosedal (1976) es, según Ribeyro mis-mo,
"de una tristeza sin par" (La tentación del fracaso III 84). Y el
gran logro de Ribeyro en Silvio en El Rosedal es precisamente el
de comunicarle la tristeza del cuento al lector.
Sorprende, pues, que a pesar de declaraciones tan reveladoras
de los propósitos del autor la crítica se empeñe, no sin alguna ra-zón,
en encontrar una filosofía positiva que subyace en toda la
obra ribeyreana (Higgins 161). Pero tomando para el caso Silvio en
El Rosedal, se verá que la expresión de una filosofía, positiva o no,
se subordina a la transmisión de una emoción. Conviene entonces
elucidar los componentes de esa transmisión hacia la cual, según
su propia confesión, Ribeyro dirige sus esfuerzos en cada cuento, y
que, para sus lectores, si no quizá para la crítica especializada, ha
sido su mayor éxito.
Expresión de la cosmovisión de su autor, como lo asevera Hig-gins
(163), Silvio le presenta al lector el vehículo ideal para estu-diar
la gama de técnicas que emplea Ribeyro no sólo para com-prometerle
afectivamente con el protagonista del relato, sino tam-bién
para escribir un relato que –desmintiendo su aparente senci-llez–
funciona a varios niveles. Se destacan entre esas técnicas la
prosa sencilla, la ambigüedad y la creación de un claustro enigmá-tico
a medio camino entre lo real y lo fantástico.