Bajo un tremendo alud de propaganda institucional y para-institucional, se ejerce el temible poder de la comunicación en una sociedad terminal, imposibilitada para tomar conciencia de su propia situación y reaccionar. Sometidos los ciudadanos a un mundo de realidades virtuales, a una ideología emocional –conjunto de simplismos dialécticos y de estrictos clichés-, los ciudadanos, que en calidad de contribuyentes sufragan su propia manipulación, son conducidos al servilismo, mediante la abjuración de la razón y la anulación del espíritu crítico, indefensos a las consignas de los expoliadores de las clases medias. La comunicación, mediatizada por el poder político, insertada en un mercado intervenido y mercantilista, ha devenido en parte fundamental del problema.