Juan José Arnedo falleció en 1977 a los veinticinco años de edad. Fue víctima de la rebeldía juvenil de aquellos años y sobre todo de las drogas. Su madre se pregunta el porqué de aquella muerte y recuerda la vida de su hijo.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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1985 | Plaza y Janés |
605 |
Primera edición |
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Es el lamento de una madre
Es el lamento de una madre por la muerte de su hijo en seiscientas páginas. A raíz de la muerte de Juan José Arnedo, a los veinticinco años de edad, su madre empieza a escribir unos cuadernos con reflexiones, sentimientos y una pregunta ¿por qué? Asusta la magnitud del dolor de una madre por la muerte de su hijo. La descripción de la vida de Juan José es minuciosa, y es que el amor y el dolor hacen imborrables los recuerdos. Es duro, también para el lector, el interrogante de la madre sobre su propia culpabilidad. Puede ser inevitable, pero es ocioso y conduce a la desesperanza. El libro, si no fuera por su extensión, podría ser estudiado en Cursos de Orientación Familiar.
Todos los valores, todas las circunstancias de la educación del joven aparecen aquí al descubierto, y es que, como dice Elena Soriano, el dolor aparta todo pudor. Educadores, psiquiatras, gurús juveniles, ideologías, valores y desvalores desfilan por el libro y por el recuerdo de la autora. Y sobre todo las drogas que, ilusoriamente, siguiendo la mentalidad de la época, la madre consideraba drogas blandas e inocuas. En la introducción Elena Soriano afirma que quiere recoger el dolor de tantas madres que han perdido a sus hijos y que sufren en silencio. Es cierto. Cada día recibimos grandes cantidades de información superflua y engañosa, pero el dolor de las madres que pierden a sus hijos por las drogas, el tráfico o las diversas ideologías nadie lo recoge, y podría enseñarnos mucho.
San Josemaría Escrivá, en una ocasión, hablando a los padres sobre los hijos rebeldes les decía: No os culpabilicéis a vosotros mismos. Es un buen consejo. Podrían darse muchos otros desde la fe en una vida que no termina con la muerte, pero la autora manifiesta que no tiene dioses ni siquiera sobre los que blasfemar. Una lástima.