La mitad de los países de la Unión europea apelan a Dios y al cristianismo en sus constituciones, pero en el proyecto de Constitución europea triunfa el laicismo francés. El constitucionalista judío Joseph H. Weiler desvela el engaño
Este libro hace pensar. Quizá sobre todo a un católico, más que a un cristiano en general, entre otras cosas porque el autor hace una referencia más explícita, en todo momento, a la Iglesia que al cristianismo. El autor es judío y, por lo tanto, muchas de las cosas que dice suenan a provocación. Eso sí, siempre sana y productiva. Nos dice que está sorprendido por la poca implicación de los cristianos en la cuestión de la mención cristiana en el preámbulo de la constitución europea. Nos dice que damos la impresión de estar encerrados en un "gueto". Advierte que no ha encontrado apenas entre los especialistas cristianos de estos temas quien se lance a la defensa de una mención, que parece obligada, a Dios o al cristianismo.
Weiler expone con bastante detalle a lo largo de estas páginas las dificultades reales que llevaría consigo una cierta definición de cristianismo mínimamente oficial de la constitución europea. Pero distingue entre una implicación política del cristianismo y una mención a la influencia histórica y al espíritu cristiano que se respira en la mayoría de las instituciones europeas.
Afirma el autor que en Europa hay países y personas cristianas y otras laicas. Todos estamos dispuestos a respetarnos y tolerarnos, pero que una mención a una Europa laica y ninguna mención a una Europa religiosa sería imparcial e injusta. Esto sería causado por una "cristofobia" presente en ciertos ambientes europeos laicos. Y explica en ocho puntos las causas de esta fobia contra el cristianismo. Merece la pena, sin duda, examinar esas causas. Él, por su parte, intenta convencer, a través de los textos de varias encíclicas de Juan Pablo II, cómo es precisamente el espíritu cristiano lo más conveniente para una configuración auténticamente europea. Que un judío cite las encíclicas del Papa no deja de ser sorprendente.
Es indudable que puede haber en esta exposición opiniones divergentes. Pero en todo caso creo que ayuda a reflexionar y lleva a plantearse al cristiano –especialmente al político, al universitario- cual tiene que ser su posicionamiento en la sociedad europea actual.
Sorprende agradablemente que sea un judío practicante el autor de esta obra, cuya tesis principal sostiene la necesidad de fundamentar en el cristianismo la identidad europea. Como en sus anteriores trabajos, Joseph H.H. Weiler, catedrático de la New York University School of Law y especialista en derecho constitucional europeo, trata también aquí de ofrecer una teoría normativa sobre la integración europea a partir de su “espíritu”; es decir, del impulso que ha llevado a los europeos a unirse políticamente . Porque Weiler está convencido de que ese impulso no se puede explicar simplemente por el internes económico de los distintos pueblos de Europa , o por su deseo de garantizarse recíprocamente el respeto de los Derechos. (...) Para Weiler, partidario de tal mención cristiana, dos falsos dogmas impiden este reconocimiento constitucional del origen cristiano de Europa. Que la religión supuestamente amenaza la democracia; y que laicidad y neutralidad son lo mismo. Resulta, pues, reconfortante que un intelectual no cristiano como Weilser concluya lo mismo que no cesa de repetir la Jerarquía católica: que la posición laica puede ser respetable, pero nunca neutra. Esta obra, en definitiva, lleva a demostrar que, en efecto, no es más democrática Francia por su laicismo, ni el Reino Unido por su anglicanismo, ni Dinamarca por su luteranismo. Antes al contrario, precisamente uno de los mensajes de la identidad europea es que no hay contradicción entre democracia y religión. (Enrique Carlier. Revista Palabra)
"Soy un judío practicante, pero también soy un constitucionalista practicante”. De este modo fulminó J. H. Weiler en el pasado Meeting de Rímini a los periodistas que le preguntaban cómo podía conciliar su práctica religiosa con su convencida perorata a favor del reconocimiento de las raíces cristianas de Europa en el tratado constitucional de la Unión Europea. Efectivamente la lógica constitucionalista basta y sobra para tachar de faccioso el borrador de tratado actual, en el cual, a pesar de la petición de algunos gobiernos, Dios y el cristianismo no tienen sitio.
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Este libro hace pensar. Quizá sobre todo a un católico, más que a un cristiano en general, entre otras cosas porque el autor hace una referencia más explícita, en todo momento, a la Iglesia que al cristianismo. El autor es judío y, por lo tanto, muchas de las cosas que dice suenan a provocación. Eso sí, siempre sana y productiva. Nos dice que está sorprendido por la poca implicación de los cristianos en la cuestión de la mención cristiana en el preámbulo de la constitución europea. Nos dice que damos la impresión de estar encerrados en un "gueto". Advierte que no ha encontrado apenas entre los especialistas cristianos de estos temas quien se lance a la defensa de una mención, que parece obligada, a Dios o al cristianismo.
Weiler expone con bastante detalle a lo largo de estas páginas las dificultades reales que llevaría consigo una cierta definición de cristianismo mínimamente oficial de la constitución europea. Pero distingue entre una implicación política del cristianismo y una mención a la influencia histórica y al espíritu cristiano que se respira en la mayoría de las instituciones europeas.
Afirma el autor que en Europa hay países y personas cristianas y otras laicas. Todos estamos dispuestos a respetarnos y tolerarnos, pero que una mención a una Europa laica y ninguna mención a una Europa religiosa sería imparcial e injusta. Esto sería causado por una "cristofobia" presente en ciertos ambientes europeos laicos. Y explica en ocho puntos las causas de esta fobia contra el cristianismo. Merece la pena, sin duda, examinar esas causas. Él, por su parte, intenta convencer, a través de los textos de varias encíclicas de Juan Pablo II, cómo es precisamente el espíritu cristiano lo más conveniente para una configuración auténticamente europea. Que un judío cite las encíclicas del Papa no deja de ser sorprendente.
Es indudable que puede haber en esta exposición opiniones divergentes. Pero en todo caso creo que ayuda a reflexionar y lleva a plantearse al cristiano –especialmente al político, al universitario- cual tiene que ser su posicionamiento en la sociedad europea actual.
Sorprende agradablemente que sea un judío practicante el autor de esta obra, cuya tesis principal sostiene la necesidad de fundamentar en el cristianismo la identidad europea. Como en sus anteriores trabajos, Joseph H.H. Weiler, catedrático de la New York University School of Law y especialista en derecho constitucional europeo, trata también aquí de ofrecer una teoría normativa sobre la integración europea a partir de su “espíritu”; es decir, del impulso que ha llevado a los europeos a unirse políticamente . Porque Weiler está convencido de que ese impulso no se puede explicar simplemente por el internes económico de los distintos pueblos de Europa , o por su deseo de garantizarse recíprocamente el respeto de los Derechos. (...) Para Weiler, partidario de tal mención cristiana, dos falsos dogmas impiden este reconocimiento constitucional del origen cristiano de Europa. Que la religión supuestamente amenaza la democracia; y que laicidad y neutralidad son lo mismo. Resulta, pues, reconfortante que un intelectual no cristiano como Weilser concluya lo mismo que no cesa de repetir la Jerarquía católica: que la posición laica puede ser respetable, pero nunca neutra. Esta obra, en definitiva, lleva a demostrar que, en efecto, no es más democrática Francia por su laicismo, ni el Reino Unido por su anglicanismo, ni Dinamarca por su luteranismo. Antes al contrario, precisamente uno de los mensajes de la identidad europea es que no hay contradicción entre democracia y religión. (Enrique Carlier. Revista Palabra)
"Soy un judío practicante, pero también soy un constitucionalista practicante”. De este modo fulminó J. H. Weiler en el pasado Meeting de Rímini a los periodistas que le preguntaban cómo podía conciliar su práctica religiosa con su convencida perorata a favor del reconocimiento de las raíces cristianas de Europa en el tratado constitucional de la Unión Europea. Efectivamente la lógica constitucionalista basta y sobra para tachar de faccioso el borrador de tratado actual, en el cual, a pesar de la petición de algunos gobiernos, Dios y el cristianismo no tienen sitio.