Sacerdote catalán nacido en Sallent en 1807. Se sintió llamado a la predicación a fin de renovar la vida religiosa en España, muy deteriorada en el siglo XIX. Fomentó la cultura católica a través de libros y opúsculos devotos que difundió por millares. En 1849 fundó la Congregación de Misioneros del Corazón de María. Designado Arzobispo de Santiago de Cuba desplegó su celo apostólico en la isla hasta que fue requerida su vuelta a la Península para ser confesor de la reina Isabel II. Exiliada la Reina en Francia en 1868, Claret dirigió sus pasos a Roma donde asistió al Concilio Vaticano I. A su vuelta de Roma, en 1870, falleció en el sur de Francia. Fue canonizado por Pío XII en 1950. Es copatrono de las Islas Canarias que recorrió como predicador apostólico.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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1985 | Editorial Claret |
573 |
84-7263-397-7 |
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La vida de San Antonio María Claret abarca gran parte del siglo XIX y se relaciona con aspectos importantes de la política española en este periodo: fundamentalmente con el enfrentamiento entre isabelinos y carlistas o entre moderados y radicales. Cuando estos últimos llegaban al Gobierno la Iglesia sufría persecución. A Claret le toco vivir, como confesor de la Reina, la revolución de 1868, que depuso a Isabel II y la envió al exilio. Fuera de nuestras fronteras el Arzobispo tuvo que convivir con las ansias independentistas de la isla de Cuba y presenciar cómo desaparecían los Estados Pontificios anexionados por el Reino de Italia. En esta situación muchos católicos, clérigos y laicos, se aferraron a una ideología que prometía respetar la religión católica, que era el carlismo. Este posicionamiento no sirvió más que para profundizar en la división entre españoles y facilitó a los liberales calificar la religión como una ideología política reaccionaria. Un curita de Vic, en Barcelona, apellidado Claret, llegó a la conclusión de que la salvación de la Iglesia en nuestro país no estaba en la acción política, sino en la evangelización del pueblo y la renovación de sus sacerdotes. Se dedicó por ello a una predicación infatigable de "misiones populares", ejercicios espirituales y sermones a lo largo de la geografía española. Impulsó lo que entonces se conocía como "buena prensa" e hizo imprimir millares de libros, opúsculos y hojas para la formación y devoción católica. Favoreció el asociacionismo religioso de los laicos a través de Hermandades y Cofradías que él mismo fundó o impulsó cuando ya estaban creadas. Durante su estancia como Obispo en Cuba se preocupó por los más necesitados, pero el ambiente estaba muy enrarecido y sufrió un atentado contra su vida. Aun así renovó el Seminario y llevó religiosos y religiosas para la enseñanza. Claret fue un hombre obstinado, ambicioso en sus objetivos apostólicos, humilde en su vida personal y tolerante en el Gobierno de la Congregación que había fundado: los Misioneros Hijos del Corazón de María. La situación de deterioro religioso que le tocó vivir guarda un cierto paralelismo con la falta de religiosidad de la época actual. En nuestros días el Pointífice Benedicto XVI ha propuesto soluciones similares a las que entonces adoptó el Santo: una nueva evangelización y la difusión de la cultura religiosa.