Delicioso poemario donde las palabras se ordenan como si fueran las notas de un pentagrama. En ellos encontraremos la yerba de los prados, donde los pájaros sueñan, un poeta que regala nomeolvides a las estrellas, una hoja que se hace pez, o un cocodrilo que se perfuma con hojas de tilo...
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A los niños les gusta la poesía. Ésta juega un papel importante en su educación. Nanas, rimas, sortilegios: entre todo ello hemos crecido. El autor opina que cuanto antes se ponga al niño en contacto con la poesía, mejor.
El prólogo es un canto de agradecimiento hacia dos de sus maestros que, al parecer, marcaron su vida. Es una poesía rítmica, muy medida, muy eufónica, muy aseguradora. El autor se guía por las pautas de la tradición oral: en los primeros tres años, el espacio del juego y del canto es el propio cuerpo del niño (nanas, rimas corporales...); de tres a seis años, el espacio es externo (corros, comba, suertes...); y de seis a nueve el propio lenguaje es el espacio del juego (trabalenguas, adivinanzas...)
Cada poema tiene su ilustración. Sólo la portada y contraportada utiliza el color. Dibujo sencillo perfilado con línea negra de rotring fino. Líneas redondeadas y simples por lo que crean una atmósfera de ternura. Es una pena que la reproducción de las ilustraciones del interior sea en negros y grises, pues pierden mucha fuerza. Aún así se acercan al niño y le hacen soñar, admirando lo que las plantas nos aportan. Gustará a partir de 8 años.