Historias sobre la muerte por Delphine Horvilleur, rabina -maestra- de la Ley de Moisés. La autora ha acompañado a muchas familias en la despedida de sus seres queridos y nos traslada esas experiencias desde su formación en el judaísmo.
Residente en París, recuerda el entierro de los periodistas del semanario satírico Charlie Hebdo muertos en un atentado islamista, el entierro de la ex-ministra Simone Veil, o el asesinato del Primer Ministro de Israel, Isaac Rabin, por un judío extremista en 1995.
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Este libro -octava edición en
Este libro -octava edición en español- es original y valiente, no muchos autores se decidirían a desnudar ante el lector su vida, creencias, y sus pensamientos sobre la muerte y el más allá. Horvilleur había estudiado hebreo en Jerusalén, y el Talmud -comentarios a la Ley de Moisés- en Nueva York, por lo que, a su vuelta a Francia, fue reconocida como rabina. "El rabino -explica- es una persona cuya erudición reconoce la comunidad, que lo elige como guía" (pág.83).
Destaca en la autora la apertura de mente, que la lleva a acercarse por igual a judíos religiosos y no religiosos, viendo en todos ellos espíritu y bondad. La amplitud doctrinal del judaísmo la permite posicionarse en la corriente liberal, que pone los valores de la Ley de Moisés por encima de su letra; en frente tenemos al judaísmo ortodoxo, que reclama el cumplimiento literal y minucioso de la Ley y las tradiciones. Los cristianos conocemos este enfrentamiento por la lectura del Nuevo Testamento, en la Biblia.
Francesa, la autora valora positivamente la laicidad, que interpreta como "un espacio más amplio que mi creencia, capaz de acoger la del otro" (pág.28); aun así el libro está empapado de las tradiciones y leyendas del judaísmo. Entre otros, destacamos la familiaridad con la que los judíos tratan a Dios, al que denominan el Eterno, y al cual se enfrentan para reprocharle el descuido en el que tiene a los hombres. "En la tradición judía -afirma Horvilleur- se deja un espacio a la desfachatez. El hombre puede pedir cuentas a su Juez y guardarle rencor por su falta de compasión" (pág.87); para demostrarlo, la autora reproduce el siguiente pasaje de las leyendas rabínicas:
Estaba Moisés indignado con Dios porque éste no le permitía entrar en la Tierra Prometida, la tierra de Canaán. En diálogo con Dios, argumenta que lo había merecido dada su vida ejemplar; Yahvé le interrumpe y pregunta: "Moisés, ¿acaso no mataste a un egipcio?", pero el profeta es rápido en contestar: "Y tu, Eterno, ¿qué hiciste con los primogénitos de Egipto?" (pág.150) -dado que Dios había decretado su muerte. Los judíos, primeros en la elección de Dios, se permiten con el Creador ciertas confianzas a las que un cristiano nunca se atrevería, y esa confianza se convertirá frecuentemente en humor: "Grande es el Dios del humor -exclama la autora"-, y pequeño el que carece de él" (pág.34).
Horvilleur había residido en Jerusalén hasta que un extremista judío asesinó al Primer Ministro, Isaac Rabin. La autora critica el sionismo de los propietarios, que reclaman la tierra para el Estado judío, olvidando que Dios había dicho a Abraham: "Esta tierra es mía y vivirás en ella como un forastero" (pág.174). La autora recuerda la muerte de Abel a manos de Caín, su hermano. El mayor había incrementado sus propiedades, en tanto que Abel carecía de ellas, pues era nómada y pastor de ovejas. Los bienes de Caín desaparecieron con él, mientras que Abel -a decir de la autora "fragil, efímero y falible"- dejó para la posteridad una mensaje imborrable (pág.191).
Un libro sobre la muerte que todos pueden leer, y posiblemente lleguen a conclusiones distintas, pero siempre valiosas.