La editorial Acantilado ha publicado
recientemente un breve libro autobiográfico de León Tolstoi
titulado "Confesión". Con una sencillez que le honra,
describe su itinerario espiritual desde su adolescencia hasta una edad madura.
Perdió la fe, porque unos amigos
habían decidido que Dios no existía, y sobre todo porque el
ambiente de eruditos escritores en el que empezó a moverse desde muy
joven le empujaba. Descubre una nueva religión, la de los escritores.
"Según la visión del mundo de mis compañeros de
pluma, -explica Tolstoi- la vida, por lo general, sigue su propia
evolución, y nosotros, hombres de pensamiento, tenemos un papel
fundamental en esa evolución, y, entre los hombres de pensamiento, los
más influyentes somos nosotros, los artistas y los poetas. Nuestra
vocación es instruir a los hombres. Para evitar enfrentarnos a una
cuestión obvia -¿qué sé yo y qué puedo
enseñar a los otros?-, la teoría explicaba que no era necesario
saberlo, y que el artista, el poeta, enseña inconscientemente. Yo era
considerado un artista y un poeta maravilloso, por eso me resultó muy
natural abrazar esta teoría. Yo, artista y poeta, escribía e
instruía a los demás sin saber lo que estaba enseñando. Y
me pagaban dinero por hacerlo, disfrutaba de buena comida, alojamiento,
mujeres, sociedad; tenía fama. Debía de ser que lo que enseñaba
era muy bueno"[1].
No me resisto a copiar literalmente estas
palabras consciente de la actualidad de la que gozan. A pesar de todo, la
situación vital a la que llega en los años siguientes era de
desesperación total. No le faltaba nada; tenía amistades,
prestigio, dinero y una buena familia, pero no encontraba el sentido a su vida.
Todas las personas de su nivel de vida que conocía vivían igual, sin
sentido, dando tumbos. Y pensó muchas veces en el suicidio, porque sus
pensamientos no le daban razón del existir y estaba convencido de que la
vida era mala y no tenía más sentido que matarse.
Así dio muchas vueltas hasta descubrir
algo elemental: había miles y millones de personas sencillas, los trabajadores de
sus tierras, los hombres y mujeres del pueblo, que llevaban una vida llena de
privaciones pero vivían serenos, porque sí tenían sentido
en sus vidas. Entonces, viendo a aquella gente humilde, se dio cuenta de que
él debía aceptar lo
que no entendía. Le costó aceptar la fe cristiana, porque su
cabeza no llegaba a darle razones. Supo entonces que el corazón siempre
le había llevado hacia Dios, razón por la que nunca había
llegado a suicidarse.
Cuando ya se decidió a volver a los
sacramentos y experimentó la alegría de la confesión sacramental,
se encontró con un problema no poco importante: la desunión de
las iglesias cristianas que le impedía entender una de las verdades
fundamentales: la caridad.
La incoherencia le había llevado a perder la fe cuando
era joven; unas personas coherentes le habían devuelto a la fe, y ahora
veía, entre los propios sacerdotes, tal resistencia a la unidad que le
dejaba perplejo.
Es un itinerario espiritual magistralmente
narrado por mano experta, que recomiendo. Un librito breve que hace pensar al
lector.
Ángel Cabrero
Radio Intereconomía, 25 de abril de 2008,
20,25 horas
Para leer
más:
Tolstoi, L. (2008) Confesión,
Barcelona, Acantilado
Chesterton, G.K. (2007) El
pozo y los charcos, Madrid, Edibesa
Morales Marín, J. (2007) La experiencia
de Dios, Madrid, Rialp