Se suele pensar que los carismas son monopolio de los religiosos y religiosas, pero son dones que el Espíritu da a todas las personas, para el mutuo enriquecimiento. Para abrirse a un carisma y que dé fruto hay que aceptar, cuidar y alimentar lo que ya se tiene para llegar a ser lo que ya se es potencialmente.
Una apología de la unidad de los apostolados en la Iglesia.