Año tras año, y en un recorrido siempre igual, que le lleva de Italia a Austria, el anticuario Erwin Siegelbaum rastrea por sótanos y desvanes manuscritos valiosos, libros y objetos de culto judíos. Siempre se detiene en los mismos lugares -ciertas aldeas de los Alpes austriacos-, contempla desde trenes similares los invariables paisajes-verdes en el estío; grises, blancos y negros en el invierno-, se encuentra asiduamente con las mismas personas.