El debate sobre la «educación para la ciudadanía» ha quedado en España y en muchos otros lugares del mundo tremendamente polarizado entre aquellos que lo defienden a toda costa: solución de todos los problemas y promesa de todos los éxitos para la pedagogía del siglo XXI; y por otra se encuentran aquellos que temen que este concepto no sea más que un disfraz para introducir de soslayo obsoletas y deshumanizadas formas de educación, relacionadas entre otras cosas con el laicismo agresivo o la ingeniería social.