Después de mayo de 1968, algunos escritores franceses denunciaron los excesos e inconsistencias a los que habían conducido las ideologías materialistas. Entre ellos encontramos a Louis Pauwels que, en esta obra, defiende la existencia del espíritu, la necesidad de la oración y alaba a los hombres piadosos y rectos. A pesar de lo anterior, su pensamiento es tortuoso, complicado, y se declara no cristiano; como a tantos modernos, parecen atraerle más las religiones mistéricas y orientales que la revelación judeo-cristiana.