Durante el verano de 1851, la mujer de Hawthorne, con sus dos niñas, pasó veinte días en casa de sus padres, dejando a su marido en casa, al cuidado de su hijo de cinco años y de la mascota de éste, un conejo débil y asustadizo que no sobrevivió a su ausencia. El escritor anotó en un diario sus esfuerzos por ser una buena compañía para el pequeño Julian. Los éxitos y fracasos, alegrías y dificultades de esa breve temporada quedan recogidos en esta grata narración, llena de matices psicológicos y ambientales.