Stephen Lewis, un joven y renombrado autor de libros infantiles, vive en Londres con su mujer Julie y sui hija Kate, de tres años, y participa con escepticismo a la vez resignado y divertido en las reuniones de una comisión gubernamental sobre la educación de los niños. Los Lewis parecen componer la típica familia feliz, pero un día Stephen va al supermercado con la niña, la cual desaparece de improviso: éste es el dramático punto de partida.
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Un McEwan algo verde que aún tenía que darlo todo en sus siguientes obras. Interesante sin más.
Stephen, un nombre de resonancia joycianas, se convierte en el protagonista de una pequeña Odisea contemporánea, basada ésta en una ausencia y una tentativa de retorno. El vacío doloroso que deja la desaparición de Kate no abre solamente la crisis entre Stephen y Julie, que reaccionan de modo distinto a este trauma, sino que pone también en marcha una reflexión que, partiendo del significado de ser padres y de ser hijos, obliga al adulto a repensar sus certezas nunca verificadas, sus hábitos mentales, sus comportamientos. En estas páginas, ambientadas en un futuro próximo, con la guerra nuclear de fondo, se lleva también a acabo una acerada sátira política de la sociedad inglesa, encorsetada por un thatcherismo asfixiante. La mirada de McEwan, experta en atrapar cualquier mínimo detalle significativo y el peso que tienen los objetos de la vida cotidiana, inspira una escritura nerviosa y exacta, que cumple las ambiciones de la novela y alcanza, como en las páginas finales, la intensidad de la poesía, logrando una obra maestra.
Los 9 capítulos comienzan con una cita de un supuesto Manual para la Educación, documento elaborado secretamente por el gobierno cuya pretensión es hacerlo pasar como la conclusión de los trabajos de la comisión pergeñada al efecto y de la que el protagonista forma parte como escritor de cuentos para niños.
La historia recorre la tragedia que vive este hombre tras la desaparición de su hija, su agotadora actividad para recuperarla y la forma en que intentará salir de la crisis depresiva consiguiente. Igualmente, y de forma paralela, se presenta la reacción de su esposa Julie, violinista, que intenta superar su angustia emprendiendo una huida al campo, para romper con su vida anterior y con su marido.
El recurso de la huida es igualmente utilizado por una pareja de amigos, Thelma y Charles Drake. Charles, un político joven promesa con posibilidades para llegar a Primer Ministro, rompe su trayectoria política para refugiarse en el campo, más allá de un bosque. Su mujer, Thelma, más madre que esposa, le acompaña y le protege en su retorno a una infancia inocente que le conducirá al suicidio, inevitable en todo caso por su condición depresiva (“Quería hacerme daño haciéndose daño a sí mismo, lo cual es el clásico razonamiento depresivo” página 235).
El primer viaje de Stephen es a petición de Thelma para que conozca la nueva situación en la que vive su amigo Charles. Al comprobar la locura infantil en la que parece ser feliz huye de la casa de sus amigos en plena noche y consigue llegar a los alrededores de la dirección que Julie le había facilitado. Allí, cree reconocer un pub, La Campana, y ve dos bicicletas nuevas y negras que le evocan su infancia y a sus padres. Se asoma a la ventana del pub y ve a una pareja de enamorados que parecen dirimir alguna situación problemática. Eran sus padres jóvenes. Abrumado por esta percepción extemporánea vaga por el campo y llega a la casa de Julie empapado, inconsciente y febril. Julie le acoge y tiene lugar una escena de amor. Al día siguiente recuperan el sentido de la realidad dramática de la pérdida de Kate y deciden volver a la separación.
La siguiente salida es a la casa de sus padres. Su madre está enferma y su padre necesita visitar a una hermana también enferma. Durante aquella jornada, la madre de Stephen le revela la forma en que ellos se habían conocido, su relación de novios, la forma en que fue concebido, las dificultades socioeconómicas de la posguerra y las tentaciones que tuvo de abortar. El momento en que decidió seguir con el embarazo fue precisamente la conversación en el pub La Campana a la que pudo asistir Stephen, desde fuera de los cristales, de una forma extemporánea.
El Primer Ministro pide a Stephen que visite y hable a su amigo Charles para pedirle que retorne a la vida pública, a la política y la relación afectiva que el Primer Ministro pretendía establecer con él. Este viaje al ambiente rural será el segundo que emprende Stephen tras el ruego telefónico de Thelma. Cuando llega a casa de sus amigos se encuentra a Thelma sumida en la tristeza tras el suicidio de su marido. Stephen carga con el cuerpo de Charles a través del bosque y del campo nevado y lo lleva a la casa. Allí recibe la llamada de Julie que le pide que acuda urgentemente. En la misma noche realiza un sueño incumplido de niño al conseguir que el maquinista de un tren de mercancías le acepte como pasajero en la cabina y le aproxime a la casa de Julie. El maquinista parece conocer bien el lugar y le deja cerca del pub La Campana. Desde allí recorre la distancia que le separa de Julie corriendo sobre el campo nevado.
Cuando llega se encuentra a Julie a punto de dar a luz a su hijo, al que también pensó abortar por llegar en un momento tan difícil, después de la desaparición de Kate. Ese niño parece que será el punto de partida para una nueva etapa de reconstrucción conyugal.
En definitiva, un relato en el que la muerte (suicidio, aborto) y la ruptura interior (la depresión) y afectiva (el divorcio) colocan al ser humano en una constante tensión: entre la espada y la pared. Esta tensión es la que obliga al hombre de la sociedad occidental a buscar una vía de escape física (viajes reales) o psicológica (visiones extemporáneas, recuerdos del pasado, fantasías). Un hombre perdido en una existencia inmanente que ignora, cuando no niega, su posibilidad trascendente.