Ignatius J. Reilly, hijo de una mujer viuda y licenciado en Literatura, se considera especialmente poco dotado para la vida laboral. Residente en Nueva Orleans, su ambición es escribir la gran denuncia de su tiempo -tan falto de teología y geometría- al modo de Boetio en su Consolación de la filosofía. Pero Boetio estaba encerrado en prisión por orden del emperador Teodosio, mientras que Ignatius se encierra en su cuarto para no escuchar a su madre pedir que salga a buscar trabajo.
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A esta hilarante novela se le
A esta hilarante novela se le ha criticado eso precisamente: que es un mero ejercicio humorístico —magistral, eso sí— que no trata de nada. Pienso, no obstante, que John Kennedy Toole consigue crear un personaje extravagante y anacrónico que tiene mucho de Quijote. Y mediante esa quijotesca visión de la vida, Toole lanza sus diatribas contra la falta de sentido común que subyace a muchas de las transformaciones que tuvieron lugar en los años sesenta. Amparado en la licencia literaria que le permite el personaje, el autor hace alarde de lo que hoy llamaríamos incorrección política para poner el dedo en la llaga, de manera bastante profética.
Harían falta conocimientos
Harían falta conocimientos lierarios para escribir la reseña de La Conjura de los Necios, lo cual no es el caso. El escritor Walker Percy, que hizo posible la publicación de la novela, la define como una "farsa o comedia italiana". Lo importante de una farsa son sus personajes y situaciones, y de una comedia el humor. De las dos cosas tiene esta obra. Ignatius, su protagonista, reside en Nueva Orleans, en el estado norteamericano de Louisiana. La obra es un dibujo de la ciudad, reflejo de una época y caricatura del fracaso laboral de una juventud nacida bajo el paraguas de la sociedad del bienestar. Su forma es la de una gran y divertida parodia, por lo que se la ha comparado con El Quijote. Su protagonista procede de un ambiente católico. No sé si eso es bueno o malo pero, en todo caso, resulta entrañable. La obra, única del autor, se publicó en 1980 y recibió el premio Pulitzer de novela en 1981, doce años después de la muerte de su autor.