El libro tiene cuatro ejes temáticos cruciales: la vocación del escritor, los temas del novelista, las armas persuasivas de la obra de ficción y, por último, las técnica narrativas clásicas.
Como dice acertadamente Domínguez, hablando de la todavía cierta torpeza terminológica que se aprecia en Historia de un deicidio, ensayo que “exhibe un aparato conceptual un tanto ingenuo y en extremo tautológico” los conceptos son todavía “herramientas escolares que en Cartas a un joven novelista alcanzan una depuración, en el sentido estricto de la palabra, magistral”. “Magistral”, en el sentido estricto. Joaquín Marco también resalta esta característica del ensayo epistolar que estudiamos: “Resulta didáctica, creativa, diversa y fiel a los propósitos y principios del autor y cualquier dificultad teórica es desterrada por la elegancia de su prosa y por aquello que tanto apreciaba Ortega y Gasset en el ensayo: la claridad expositiva”.
La primera de las cartas, que titula “Parábola de la solitaria”, versa sobre la vocación del escritor y sus consecuencias. La vocación se debe a una actitud rebelde con la realidad: “La vida que las ficciones describen –sobre todo, las más logradas- no es nunca la que realmente vivieron quienes las inventaron, escribieron, leyeron y celebraron, sino la ficticia, la que debieron artificialmente crear porque no podían vivirla en la realidad, y por ello se resignaron a vivirla sólo de manera indirecta y subjetiva en que se vive esa otra vida: la de los sueños y las ficciones”.
Así, la novela es una realidad artística que nace como “producto de una insatisfacción íntima contra la vida tal como es”. Pero la vocación del novelista tiene sus peligros, pues del mismo modo es “fuente de malestar y de insatisfacción”. Sí, la novela tiene sus peligros. Uno de ellos es la dureza que uno puede encontrarse al volver a la realidad tras vivir la y ficción, la separación de fantasía y verdad crea ese malestar que también tiene otra consecuencia para todo aquel que decida dedicarse a escribir novelas; la esclavitud y servidumbre a los que somete dicha dedicación. El segundo capítulo lleva por título “Catoblepas”, aludiendo al mítico e imaginario animal ideado por Flaubert. Es una criatura que se devora a sí misma empezando por los pies. Nos va a hablar Vargas Llosa en este capítulo los temas, de dónde surgen las historias que urden los novelistas. Para Vargas Llosa los temas no los elige el novelista, sino que es elegido por ellos, pero de inmediato matiza esta observación; si lo vivido es el punto de partida no es, o no debe ser, el de llegada. Para Vargas llosa esto es esencial, y aunque es uno de los puntos más discutibles, y de hecho, discutidos de toda su teoría sobre la novela, para él ésta siempre es autobiográfica, y ahí reside la autenticidad del novelista:
En el tercer capítulo habla de “El poder de persuasión” que deben poseer las novelas, que no es más que la autonomía de la ficción respecto a la realidad y que el autor consigue mediante la forma. Si hasta ahora, en las dos primeras cartas, Vargas Llosa se había detenido en los impulsos que llevan al novelista a escribir y en los motivos de donde surgen sus temas, a partir de esta tercera carta se centrará en aspectos formales y estilísticos, pues la forma es la única capaz de realizar ese milagro de convertir en ilusoria, de borrar la frontera hasta hacerla tan difusa que sea imperceptible advertir qué media entre la realidad y la fantasía.
“El estilo”, cuarta y última carta que vamos a mencionar, (las demás son una continuación de ésta) es ingrediente esencial, ya que “la manera como un novelista elige y organiza el lenguaje es un factor decisivo para que sus historias tengan o carezcan de poder de persuasión”. Los siguientes capítulos versarán sobre la técnica novelesca, sobre su arquitectura.
Efectivamente el distanciamiento con una novela es un elemento a evitar, pues es el síntoma más inmediato de una mala novela (a pesar de toda la teoría del distanciamiento del teatro didáctico y propagandístico de Bertol Brech). Lo que hará que no nos distanciemos de una novela y la vivamos como real será fruto del estilo, de la escritura, y cómo no, de la técnica empleada, a la que Vargas Llosa dedica innumerables páginas en sus ensayos, también en éste.
En la última carta, “A manera de postdata”, Vargas Llosa hace dos apreciaciones sobre el género empleado en este libro; la crítica. La primera de ellas es que la crítica puede ser una guía valiosísima para adentrarse en el mundo y en las maneras de un autor (en este caso está clarísimo que es en su propio mundo, en sus propias maneras de escribir novelas, en las que nos hemos asomado y adentrado). Y la segunda, que como él mismo dice, “un ensayo crítico constituye en sí mismo una obra de creación, ni más ni menos que una gran novela o un gran poema”.
Sin embargo, al terminar de leer este ensayo, me quedé con dos ideas muy claras: la primera, que el joven que desee ser novelista no debe leer este tipo de ensayos (el propio Vargas Llosa lo dice: “nadie puede enseñar a otro a crear; a lo más, a escribir y a leer”) Y es que, y ahora cito las palabras que cierran el libro: “estoy tratando de decirle que se olvide de todo lo que ha leído en mis cartas sobre la forma novelesca y de que se ponga a escribir novelas de una vez.”
La segunda, que la intención de Vargas Llosa al escribir este libro no era tanto la de enseñar a escribir como la de justificar sus ficciones y su crítica literaria, tan discutida por muchos. Que nadie se engañe.
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Como dice acertadamente Domínguez, hablando de la todavía cierta torpeza terminológica que se aprecia en Historia de un deicidio, ensayo que “exhibe un aparato conceptual un tanto ingenuo y en extremo tautológico” los conceptos son todavía “herramientas escolares que en Cartas a un joven novelista alcanzan una depuración, en el sentido estricto de la palabra, magistral”. “Magistral”, en el sentido estricto. Joaquín Marco también resalta esta característica del ensayo epistolar que estudiamos: “Resulta didáctica, creativa, diversa y fiel a los propósitos y principios del autor y cualquier dificultad teórica es desterrada por la elegancia de su prosa y por aquello que tanto apreciaba Ortega y Gasset en el ensayo: la claridad expositiva”.
La primera de las cartas, que titula “Parábola de la solitaria”, versa sobre la vocación del escritor y sus consecuencias. La vocación se debe a una actitud rebelde con la realidad: “La vida que las ficciones describen –sobre todo, las más logradas- no es nunca la que realmente vivieron quienes las inventaron, escribieron, leyeron y celebraron, sino la ficticia, la que debieron artificialmente crear porque no podían vivirla en la realidad, y por ello se resignaron a vivirla sólo de manera indirecta y subjetiva en que se vive esa otra vida: la de los sueños y las ficciones”.
Así, la novela es una realidad artística que nace como “producto de una insatisfacción íntima contra la vida tal como es”. Pero la vocación del novelista tiene sus peligros, pues del mismo modo es “fuente de malestar y de insatisfacción”. Sí, la novela tiene sus peligros. Uno de ellos es la dureza que uno puede encontrarse al volver a la realidad tras vivir la y ficción, la separación de fantasía y verdad crea ese malestar que también tiene otra consecuencia para todo aquel que decida dedicarse a escribir novelas; la esclavitud y servidumbre a los que somete dicha dedicación. El segundo capítulo lleva por título “Catoblepas”, aludiendo al mítico e imaginario animal ideado por Flaubert. Es una criatura que se devora a sí misma empezando por los pies. Nos va a hablar Vargas Llosa en este capítulo los temas, de dónde surgen las historias que urden los novelistas. Para Vargas Llosa los temas no los elige el novelista, sino que es elegido por ellos, pero de inmediato matiza esta observación; si lo vivido es el punto de partida no es, o no debe ser, el de llegada. Para Vargas llosa esto es esencial, y aunque es uno de los puntos más discutibles, y de hecho, discutidos de toda su teoría sobre la novela, para él ésta siempre es autobiográfica, y ahí reside la autenticidad del novelista:
En el tercer capítulo habla de “El poder de persuasión” que deben poseer las novelas, que no es más que la autonomía de la ficción respecto a la realidad y que el autor consigue mediante la forma. Si hasta ahora, en las dos primeras cartas, Vargas Llosa se había detenido en los impulsos que llevan al novelista a escribir y en los motivos de donde surgen sus temas, a partir de esta tercera carta se centrará en aspectos formales y estilísticos, pues la forma es la única capaz de realizar ese milagro de convertir en ilusoria, de borrar la frontera hasta hacerla tan difusa que sea imperceptible advertir qué media entre la realidad y la fantasía.
“El estilo”, cuarta y última carta que vamos a mencionar, (las demás son una continuación de ésta) es ingrediente esencial, ya que “la manera como un novelista elige y organiza el lenguaje es un factor decisivo para que sus historias tengan o carezcan de poder de persuasión”. Los siguientes capítulos versarán sobre la técnica novelesca, sobre su arquitectura.
Efectivamente el distanciamiento con una novela es un elemento a evitar, pues es el síntoma más inmediato de una mala novela (a pesar de toda la teoría del distanciamiento del teatro didáctico y propagandístico de Bertol Brech). Lo que hará que no nos distanciemos de una novela y la vivamos como real será fruto del estilo, de la escritura, y cómo no, de la técnica empleada, a la que Vargas Llosa dedica innumerables páginas en sus ensayos, también en éste.
En la última carta, “A manera de postdata”, Vargas Llosa hace dos apreciaciones sobre el género empleado en este libro; la crítica. La primera de ellas es que la crítica puede ser una guía valiosísima para adentrarse en el mundo y en las maneras de un autor (en este caso está clarísimo que es en su propio mundo, en sus propias maneras de escribir novelas, en las que nos hemos asomado y adentrado). Y la segunda, que como él mismo dice, “un ensayo crítico constituye en sí mismo una obra de creación, ni más ni menos que una gran novela o un gran poema”.
Sin embargo, al terminar de leer este ensayo, me quedé con dos ideas muy claras: la primera, que el joven que desee ser novelista no debe leer este tipo de ensayos (el propio Vargas Llosa lo dice: “nadie puede enseñar a otro a crear; a lo más, a escribir y a leer”) Y es que, y ahora cito las palabras que cierran el libro: “estoy tratando de decirle que se olvide de todo lo que ha leído en mis cartas sobre la forma novelesca y de que se ponga a escribir novelas de una vez.”
La segunda, que la intención de Vargas Llosa al escribir este libro no era tanto la de enseñar a escribir como la de justificar sus ficciones y su crítica literaria, tan discutida por muchos. Que nadie se engañe.