Si hasta ahora habíamos pensado que el Romano Pontífice, el papa Francisco, estaba preocupado principalmente por la reforma de la Iglesia y la situación de la Humanidad, en la encíclica Dilexit nos abre su intimidad para mostrar dónde ha obtenido la fuerza todos estos años: del amor de Cristo puesto de relieve en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Dilexit nos -Nos amó- tiene un no se qué de confidencia, quizás de despedida después de un pontificado difícil: "Vuelvo la mirada al Corazón de Cristo e invito a renovar su devoción" (nº87, pág.67).
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Señala el papa Francisco cómo
Señala el papa Francisco cómo, la devoción al Corazón de Cristo nos libera de "comunidades y pastores concentrados solo en actividades externas, reformas estructurales vacías, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, reflexiones secularizadas, formalidades que a veces se pretenden imponer. Con frecuencia, esto deriva en un cristianismo que ha olvidado la ternura de la fe, la alegría de la entrega, el fervor de la misión, la cautivadora belleza de Cristo, la estremecida gratitud por la amistad que Él ofrece y por el sentido último que da a la propia vida" (nº88, pág.67).
Es posible que éste sea el párrafo más hermoso de toda la encíclica, y se ve que Francisco ha tenido que enfrentar ese tipo de actitudes equivocadas durante su etapa como superior en la Compañía de Jesús, como Arzobispo de Buenos Aires o ya como Romano Pontífice. "Estas enfermedades actuales -continúa el Papa- me mueven a proponer a la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón (...), síntesis encarnada del Evangelio (...), un Dios que ama sin límites y lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo" (nºs 89 y 90, pág.68).
Francisco nos recuerda la centralidad del amor -tan olvidada- en la vida humana y cristiana. No son dos valores distintos el amor a Dios y a los hombres sino uno solo, según nos enseña el Señor: "En verdad os digo, que lo que hicisteis con alguno de mis más pequeños hermanos conmigo lo hicisteis" (Mt.25, 31-46). La devoción a la Santísima Humanidad de Jesucristo crucificado se remonta a los comienzos de la Iglesia, pero en el siglo XVII se manifiesta como devoción al Sagrado Corazón de Jesús, lleno de amor por los hombres.
A comienzos del siglo XVII, era san Francisco de Sales quien invitaba a entablar "una relación personal de amor" con Jesús, "frente a una moral rigorista o una religiosidad de mero cumplimiento" (nº114, pág.84). En el siglo XIX, es santa Teresa del Niño Jesús quien se opone a las "formas de espiritualidad demasiado centradas en el esfuerzo humano, en el mérito propio, en el ofrecimiento de sacrificios, en determinados cumplimientos para ganarse el cielo" (nº139, pág.102), para la santa "Él se conforma con una mirada, con un suspiro de amor" (nº140, pág.103) como el que expresa la jaculatoria "En Vos confío".
Nuevamente, es San Francisco de Sales quien propone vivir esa espiritualidad de amor "en medio de las actividades, las tareas y las obligaciones de la vida cotidiana" (nº117, pág.87), mientras que el papa Francisco, en Dilexit Nos, nos habla de un amor que se manifiesta en el servicio: "Harás el bien como médico, como madre, como docente, como sacerdote" (nº215, pág.158). Para el Romano Pontífice, ello dará lugar a "un mundo justo, solidario y fraterno" (nº220, pág.162).
Sería injusto no recordar como, estas enseñanzas de los maestros de vida cristiana las hemos podido encontrar, en un pasado reciente, en las homilías de san Josemaría Escrivá: la devoción al Sagrado Corazón en El corazón de Cristo, paz de los cristianos, incluida en Es Cristo que pasa, Rialp, 1973, páginas 333 y siguientes; la infancia espiritual en Camino, y la santidad en medio del mundo y de las actividades ordinarias de la vida, especialmente, en su homilía Amar al mundo apasionadamente.