De mayor, Felicidad quiere ser guardabosques. Tiene al mejor maestro: se ha hecho muy amiga de su vecino Marcial, un viejo leñador que le cuenta historias sobre su trabajo. El hombre recuerda las aventuras que vivió en Canadá, donde talaba enormes secuoyas, y se enfrentó a los peligros de los bosques. Marcial, además, le habla de ardillas voladoras, de picapinos que se dan baños en la nieve, de urracas parlanchinas a las que les gusta la tortilla de patatas; pero un día empieza a perder la memoria.
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Relato escrito en primera
Relato escrito en primera persona central, en el que la protagonista nos narra una relación de entrañable amistad durante la infancia con su vecino Marcial, un viejo leñador que sabe contar preciosas historias: sobre los bosques de Piñares y sus animales (las ardillas, las urracas, los picapinos), sobre los bosques de Canadá y sus secuoyas gigantes; aunque solo trabajó en ese país durante un año cuando era joven, fue esta una experiencia tan intensa que no la ha podido olvidar y forma parte de sus increíbles relatos. La niña se llama Felicidad, “un nombre muy bonito” según confiesa ella misma, y todo el relato está impregnado de esa emoción, que quizá quiera dar a los lectores algunas claves para conseguirla.
La narración está inspirada en un hecho real, al que hace referencia el autor en el colofón del libro: en 1982, un viejo hachero de Valsaín, llamado Pepe Fraile, consiguió salvar de la motosierra un olmo centenario del Paseo Nuevo, en el que se habían talado todos los demás árboles a causa de la grafiosis. De la misma manera, en esta obra, la sabiduría y la experiencia del leñador, su buen hacer en el trabajo, son un canto a la naturaleza y una gran lección que nos recuerda también el respeto que debemos a las personas mayores.
Con una prosa poética exquisita: sobre las melodías del viento, el susurro de los árboles, el canto del leñador en su trabajo, el relato consigue conmover al lector y hacerle partícipe de los valores de la naturaleza y de la necesidad de cuidarla y protegerla. Una exaltación del medio rural, de los pueblos, de los bosques, cuajada de palabras cantarinas (variopinta, blanquinegra, rabilarga, zalamera, berganta) que no se deben olvidar. Las ilustraciones de Ester García, minuciosas y detallistas, ponen un definitivo toque de color para que el texto resulte aún más atractivo.