Escribe Michael Laitman cómo, cuando llegó en 1974 a Israel desde la Unión Soviética, ante las dificultades materiales y morales se preguntaba cuál era la razón para vivir y por qué tenía él que seguir el mismo camino que los demás; se entiende que centrado en los aspectos más materiales.
Laitman se había licenciado en Medicina en la Universidad de Leningrado, hoy San Petersburgo, pero finalmente decidió dar un giro a su vida en el aspecto religioso y en 1980 se integró en un grupo de estudio de la Cabalá. Afirma que allí tuvo "esa aguda sensación de que después de una búsqueda interminable finalmente había encontrado lo que había estado buscando durante tantos años" (pág.470).
Su maestro fue Baruj Ashlag, quien le dijo: "El Creador es el que te envía esas inspiraciones para obligarte a que te dirijas a Él" (pág.12). Ashlag falleció en 1991 y en esta obra Laitman sintetiza las enseñanzas recibidas de él, diariamente, durante doce años: el camino espiritual de la Cabalá.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2006 | Ediciones Minotauro |
476 |
978-84-08-06345-2 |
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Señala el editor cómo la
Señala el editor cómo la palabra cabalá en hebreo es aguda en tanto que en español es esdrújula: cábala. En nuestro idioma tiene un sentido ligeramente despectivo, "hacer cábalas" equivaldría a elucubrar sin fundamento; también tiene una cierta connotación misteriosa, quizás porque los cabalistas no eran proclives a compartir sus enseñanzas; no obstante, afirma Laitman que su maestro le autorizó para difundir el mensaje de la cábala y que él se ha dedicado a ello.
Laitman define la Cábala como un camino espiritual para acercar a los hombres -y a las mujeres- a su Creador: "La Cábala es un estudio de nuestras raíces espirituales" (pág.74), "una escalera espiritual para facilitar el ascenso de los seres humanos" (pág.352). En El poder de la Cabalá leemos como Dios creó al hombre movido por su amor y depositó en él dos inclinaciones, una hacia el egoísmo y otra hacia la felicidad; la primera conduciría al sufrimiento y la segunda, que el autor denomina altruismo o deseo de dar, a la felicidad.
Conviene hacer aquí una advertencia: aceptando la corrección fundamental del libro, ya que el cristianismo tiene las mismas raíces que el judaísmo, hay afirmaciones que no son acordes con la doctrina y la fe católicas; así dudamos que el Creador pusiera el egoísmo en el corazón de los hombres, ya que es impropio de su bondad, sino que el egoísmo es un defecto de la naturaleza humana por ausencia del bien contrario, el amor desinteresado o altruismo. El autor pretende, igualmente, que el alma humana es una porción desgajada del espíritu divino, la cual, después de esta vida se reintegrará en un alma colectiva; esta doctrina se llama averroísmo y hace muchos siglos que fue rechazada por la Iglesia católica; la revelación y la teología defienden la creación individual de las almas por Dios, que se mantendrán así después de la muerte. Por último, el autor parece admitir la reencarnación, algo que la revelación y la doctrina católica no contemplan. No faltan extremos extravagantes, como las ciento veinticinco etapas del ascenso espiritual, los 623 tipos de egoísmo o las 600.000 almas derivadas del alma de Adán.
En el aspecto positivo, Litman señala como el rezo es la parte más importante del camino espiritual. "Durante años -recuerda- cuando hacía una pregunta a su maestro éste le contestaba: "¡Ya tienes a quién preguntarle!" -dando a entender que era al Creador-. "Exige, pregunta, implora, haz lo que quieras ¡pídeselo todo a Él!" (pág.471). Se trata de tener fe. "Fe -escribe Litman- es la percepción de la grandeza del Creador" (pág.175), "sentir su presencia constantemente, tenerle siempre en el pensamiento" (pág.261). Una espiritualidad equivalente a la cristiana, ya que en el fondo no existe más que una espiritualidad en el hombre de fe: mi alma y Dios.
En el texto encontramos frases tan hermosas como las siguientes: "El Creador no escucha las palabras, sino que lee los sentimientos que hay en nuestros corazones" (pág.94). "El deseo del corazón ya es una plegaria" (pág.103). "Ni un solo acto de sufrimiento se pierde" (pág.156). "Creer, mientras trabajamos por agradar al Creador, que Él acepta nuestro trabajo pese a lo que pueda parecer a nuestros ojos" (pág.192). "El aspecto más importante de la persona son sus aspiraciones, no sus logros" (pág.463). Un pensamiento profundo: Señala el autor como no es lógico que el Creador haya hecho al hombre y no le haya dejado alguna indicación acerca de lo que espera de él.
Acerca de la corrección del egoísmo, Ashlag aconsejaba "analizar y evaluar nuestras acciones habitualmente" (pág.296), pero no dedicar demasiado tiempo a ello y "evitar ser demasiado críticos con nosostros mismos" (pág.116). Pedir al Creador que corrija nuestras malas inclinaciones y al mismo tiempo esforzarse en ello como muestra del deseo de cumplir Su voluntad. Sugería "comenzar por librarse de los placeres tontos", aun así, recuerda como otro maestro había escrito que, si hay "amor al Creador, amor a la gente y amor por lo espiritual, entonces no hay necesidad de las privaciones voluntarias" (pág.282); es el "ama y haz lo que quieras" de San Agustín.
La pregunta fundamental para los cabalistas es el porqué de la Creación y de la vida de los hombres. La respuesta es que Dios nos ha creado para compartir su amor con nosotros y así hacernos felices. Alguien objetará que en la vida hay más dolor que felicidad, pero el cabalista contesta que hay dos caminos para llegar a Dios, uno fácil y directo que es el camino de la fe que muy pocos siguen y que requiere esfuerzo, y otro, que es el camino del sufrimiento; cuando el hombre se reconoce impotente para satisfacer su egoísmo Dios le envía el sufrimiento para que se vuelva hacia su Creador.
El autor defiende que los Mandamientos nos han sido entregados por Dios para depurar el egoísmo, pero que no deben ser cumplidos por temor al castigo o deseo del premio, porque incurriríamos de nuevo en una actitud egoísta, sino por el deseo de agradarle a Él. El autor utiliza la expresión "dar placer al Creador", pero parece una perspectiva inadecuada, es preferible la de agradar al Creador. El libro no utiliza en casi ningún momento las palabras Dios o Yahvé, posiblemente para "no tomar el nombre de Dios en vano" y se refiere siempre al Creador.
La fuerza de la Cabalá no es un libro que pueda ser leído por todos, dada su extensión y complejidad, y necesita una formación previa en la teología católica; sin embargo, es una gozada un libro que habla sin complejos sobre Dios y el alma, y del deseo de agradarle a Él como fin de nuestras vidas y camino de felicidad.