Marijuli y yo estábamos en primero de secundario. Cabezudo también, aunque fuera un año mayor que nosotros. Lo malo es que Cabezudo faltaba mucho a clase -tenía que ayudar a su padre en el parque de atracciones que regentaban a las afueras de la ciudad- y la directora del instituto se empeñó en abrirle expediente de expulsión. Ahí empezó todo el asunto. Porque aquel parque no era un parque como todos.