Recuerdos de Esther Toranzo de sus veinticinco años en Kenia -entre 1965 y 1989. La autora trabajó en ese país en instituciones para la promoción y educación de la mujer.
Miembro del Opus Dei, Esther relata la buena acogida de la mujer africana a todo lo que suponga educación, pero también a la amistad y el amor de Dios.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
---|---|---|---|---|
1994 | Ediciones Rialp, S.A. |
199 |
978-84-321-2990-9 |
Subtítulo: 25 años de mi vida en el Opus Dei. |
Comentarios
El cristianismo había llegado
El cristianismo había llegado a Kenia en 1890, por lo que, cuando en 1960 empezaron en el país las mujeres del Opus Dei, ya existía un porcentaje de la población que era católico.
Kenia iba a alcanzar pronto la independencia -la obtuvo en 1963- y necesitaba población nativa bien formada, por lo que, aquellas mujeres que habían llegado desde Europa comenzaron sus actividades con una escuela de Secretariado, Kianda College. Luego abrirían una Escuela de Hostelería, Kibondeni School; Enseñanza Secundaria en Kianda Secondary School; Escuela de Agricultura en Kimlea y otras iniciativas de formación.
Algunas de aquellas jóvenes, que habían llegado a Nairobi -la Capital- desde sus aldeas con los zapatos en la mano, pronto estarían asentadas en la sociedad keniana como buenas profesionales y madres de familia. Otras encontraron su camino sirviendo a Dios en el Opus Dei y se ocuparon de aquellas tareas de dirección que antes desempeñaban las europeas. Algunas, por último, dejaron Kenia para comenzar y apoyar las tareas del Opus Dei en otros países africanos, como Nigeria, Camerún, Costa de Marfil o la República del Congo.
La autora describe la realidad social del país, interracial y con distintas tribus, que van a convivir en las actividades de formación del Opus Dei. Estas se encuentran abiertas no sólo a las jóvenes y mujeres católicas, sino también a hindúes y musulmanas. Toranzo alaba la estructura familiar y tribal, que incluye un gran respeto por los mayores y el apego al clan y a la tierra. De los kenianos destaca su carácter afectuoso y hospitalario, así como su religiosidad. Igualmente señala la belleza del medio natural.
De las jóvenes africanas relata detalles de sencillez; su deseo de aprender y de ser útiles a la familia y al clan, su amabilidad y espíritu de sacrficio; sus penas las comparten con Dios. También relata el agradecimiento de las familias a las que las profesoras visitaban regularmente en sus lugares de origen, porque en Kianda College las mujeres blancas "no sólo enseñan, también barren y cocinan para las africanas" (pág.117).
La autora sólo se detiene en los buenos momentos, pero al final reconoce que había sido un trabajo duro, que necesitó valentía, con momentos difíciles "muchos y de muchas clases" y requirió de un "heroísmo diario" (pág.196). No se extiende en estos aspectos, aunque recuerda como, después de los largos días de trabajo, las profesoras tenían que corregir los ejercicios de las alumnas para entregárselos al día siguiente. También cuenta como en ocasiones habían encontrado hienas merodeando por el jardín en busca de comida.
En el aspecto positivo, recuerda la ilusión que tenía san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, por comenzar el trabajo apostólico en Africa; la visita al país del beato Alvaro del Portillo, sucesor de Escrivá, que pidió a los kenianos que no perdieran su devoción a la Virgen. Menciona las dos visitas de san Juan Pablo II al país africano, y, en otro orden de cosas, destaca que la Unión Eupopea había financiado la construcción de los centros de enseñanza.
En conclusión, se trata de un libro muy positivo, para todo tipo de lectores, especialmente para los jóvenes.