Uno de los más lúcidos trabajos sobre la unidad de Europa. Su autor, fallecido en 1970, ha sido uno de los grandes europeístas de nuestro tiempo. Expone aquí una esperanzadora concepción del hombre moderno basada en el cristianismo como forma de vida, y en la cultura europea como elemento de unidad. Para conservar esa vital unidad, es fundamental que Europa recuerde sus orígenes y su herencia.
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Probablemente ya nadie tenga en cuenta lo que el gran Dawson escribió sobre Europa. Grupos reducidos de estudiosos y entusiastas volverán a su obra, oportunamente reeditada, mientras asisten al sepelio de un continente engendrado por el cristianismo. Hubo una época en que la Iglesia era Europa y Europa era la Iglesia, que decía Belloc, y unos tiempos anteriores en que esa realidad, que acabó tomando forma geográfica y se disolverá en lo económico y el odio a sí misma, nació por el influjo de varias causas que providencialmente confluyeron.
Dawson estudia ese origen. Y apunta a los motivos por los que la unidad de Europa, en su realidad más profunda y no en la mera confluencia de intereses, nos es desconocida. Dice, por ejemplo: “cada nación pretende ser por sí misma una unidad cultural y poseer un autosuficiencia espiritual de la que en realidad carece. Cada una considera su participación en la tradición europea como un resultado original que nada debe al resto”. La unidad europea, cultural y espiritual, es la que ha permitido la existencia de unidades nacionales y no al contrario. Posteriormente el triunfo de la burocracia y el poder organizador de los Estados acabó destruyendo la vida subyacente y ocupando todo el espacio que, por naturaleza, le correspondía a la sociedad. Obviamente el gran enemigo a batir en el momento actual es el cristianismo que si es visto como una amenaza por los redactores de la Constitución europea y pretenden silenciarlo, es precisamente porque recuerda a Europa su razón de ser y su origen.
Si Oriente mira con recelo a Europa es porque no lo ve como una realidad espiritual sino como un mero poder económico, simple realidad material, que interfiere y domina aplastando a su alrededor. La última gran gesta misionera de Occidente fue el Imperio Británico, lo que pasa es que en lugar de predicar la fe se internacionalizó el capitalismo. Por entonces Europa mantenía lazos más tenues que los espirituales. Vivía de una cierta unidad intelectual. Por cierto que esa ilustración, a la que sí que aluden los redactores de la constitución-epitafio europeo, ha conocido ya su fracaso aunque nadie quiere reconocerlo. Es más, el mismo fracaso se vive como una victoria de la disolución, la vuelta a la barbarie pre-cristiana.
Dawson estudia los orígenes con gran clarividencia. No se refiere sólo al Imperio Romano sino que se detiene largamente en la importancia de los pueblos nórdicos, cuya contribución a menudo no ha sido suficientemente considerada. Carlomagno en Occidente y los pueblos nórdicos, una vez abrazan la fe, en Oriente, se encuentran en una nueva unidad ahora llamada Europa.
El estudio de Dawson, un auténtico clásico, permite conocer mejor el pasado. Si ahora asistimos a una auténtica negación de lo que somos no por ello tenemos derecho a ignorar de donde venimos y quizás así, recuperemos la conciencia de qué se debe hacer.