En marzo de 1866 el Doctor Livingstone, misionero, médico y explorador británico, partió de la isla de Zanzibar, en la costa oriental de África, para realizar su tercer recorrido por el interior del continente. Deseaba circunvalar el lago Tanganica, el segundo en extensión de África recientemente descubierto por Burton y Speake, para determinar si era tributario del Nilo o pertenecía a la cuenca del río Congo. En octubre de 1869 hacía dos años que no se tenían noticias de Livingstone y se especulaba con su muerte. El diario neoyorquino New York Herald envió a África a su corresponsal en Madrid, Henry Stanley, con el encargo de encontrarlo. Ambos hombres se encontraron el 10 de noviembre de 1871 a orillas del lago Tanganica. Livinstone estaba enfermo y sin medios para continuar el viaje. Entre unos y otros le habían robado y abandonado, después de recorrer a pie seiscientas millas siguiendo los afluentes del lago. Tenía entonces sesenta años. Stanley desea que vuelva a Europa pero el explorador considera que, en ese caso, su obra quedaría incompleta. El americano se compromete a regresar a la costa y enviarle desde allí los medios que precisaba para continuar la expedición; cosa que hizo. El relato termina con la vuelta de Stanley a Europa. El libro relata las peripecias de ambos personajes, la situación del África interior en ese momento y permite evaluar los caracteres del periodista y del explorador. Livingstone no completó su periplo y falleció en África el 1 de mayo de 1873.
Comentarios
El libro de Stanley obedece al interés que en el siglo XIX despertaron los descubrimientos geográficos y es una vindicación de la figura del Doctor Livinstone. Stanley habla maravillas de la bondad del doctor y aclara sus motivaciones a parte del interés científico: “Reconozco en el doctor una ambición más elevada. Cada uno de sus pasos forma un anillo en la cadena que debe enlazar a la cristiandad con los paganos del África central; atraer las miradas de sus compatriotas sobre esos pueblos sumidos en las tinieblas, alcanzar su redención”. Califica a Livingstone como “apóstol de África”. El Ministro de Estado británico había encomendado al explorador que influyese en contra de la esclavitud. Stanley certifica que en aquellos poblados donde no habían llegado los tratantes de esclavos los blancos eran recibidos amigablemente. Los árabes desempeñaban en el interior de África el papel que luego harían los europeos. Sus caravanas eran instrumentos de comunicación y comercio con la costa; sus asentamientos del interior eran lugares seguros; no obstante se habían ganado el odio de los africanos por el tráfico de esclavos. En el siglo XX Europa entraría en comunión con África para lo mejor y lo peor. Lo mejor fue la vertebración del territorio, educación, sanidad, economía y obras públicas; lo peor la explotación económica y el tráfico de armas que convertiría las guerras tribales en masacres a gran escala, aún después de la descolonización. La redención de los pueblos de África, soñada por Livigstone y Stanley, está aún hoy por realizar. Donde termina la cultura empiezan las armas y Stanley nos cuenta como Livingstone nunca permitió usarlas contra los africanos. La prosa periodística de Stanley es ágil y amena. El tono general del libro es optimista en base a los ideales humanitarios que mueven a ambos personajes. Podemos comparar este libro con el tétrico “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad, escrito apenas treinta años más tarde, cuando las potencias europeas ya habían iniciado su carrera imperialista y comercial hacia el interior de África.