Es un ensayo sobre la pintura flamenca del Renacimiento hablando de la grandeza y decadencia del retrato en la antigüedad. El primer retrato aparece ya en el arte egipcio cuando Akenatón decoró su palacio con escenas cotidianas. En Grecia y Roma, la imagen evolucionó tomando la vía conmemorativa (recuerda a los ausentes y es fiel), y también la glorificadora (celebra a su modelo y lo idealiza) con la finalidad de prolongar la existencia del retratado.