Levantó la mirada lentamente, como si el tiempo no importase. Quizás porque importaba. Desde aquel sofá viejo veía la calle, obscura, iluminada tan solo por aquellas farolas que tan cutres le parecían. El olor a café anegaba la habitación, iluminada por la triste lámpara de la esquina. Se puso de pie. Ni rápido ni lento, sino con un gesto ávido como acostumbraba a hacer, sumido en sus pensamientos. Miró aquel reloj suyo, sin brillo, mas elegante; sin adornos, pero bonito, y se escucharon, como si de martillazos se trataran, sus pasos en la estancia. 22:47h.