Al terminar la licenciatura en Filología Románica, en Zaragoza, allá por los años setenta del siglo pasado, éramos en clase unos noventa alumnos, la mayor parte, mujeres. Desconozco cuántos estudiantes de Filología Hispánica habrá hoy en aquella y en otras facultades, probablemente no muchos, ya que, en una sociedad mercantilizada como la nuestra, el futuro de las humanidades no parece muy halagüeño, aunque de cuando en cuando se escuchen voces que claman por las consecuencias negativas de esta situación.