«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» es el grito desgarrador con el que culmina la vida terrena de Jesús. En la cruz se siente abandonado no solo por los hombres, sino también por su Padre celestial: un misterio abismal, una realidad tan inaudita, que ha quedado olvidada durante siglos por la cristiandad.