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Economía vs capricho

La guerra de Ucrania nos va a afectar a todos, al parecer. Todo está más caro. Por lo que se puede leer en la prensa, parece que quien lo puede pasar peor en aquello que se refiere a lo más básico, o sea la alimentación, son varios países africanos que dependen en gran medida del trigo de Rusia. Luego están los que necesitan el gas ruso. Habrá que ver quién se lo facilita.

En Rusia, con su mujer

Las aventuras de Juan Martínez, de las que habla Chaves Nogales en su libro sobre la revolución rusa, son circunstancias de dos personas. El maestro Juan Martínez ha ido a Europa a ganar dinero con su arte flamenco acompañado de su mujer, Sole, y a pesar de los innumerables problemas sufridos hay algo que nunca queda de lado. Allí están los dos y, aun cuando haya separaciones momentáneas, Juan tiene bien claro que son dos bien unidos. En varias ocasiones hubiera podido solucionar sus peligros actuando por su cuenta, pero jamás se olvida de ella.

La locura de la guerra

La historia, sobre todo la más reciente, nos muestra como en el comienzo de las guerras hay, con frecuencia, un hombre ambicioso, ególatra, pero sobre todo loco. Las guerras llevan a la destrucción, a la muerte. Nunca la Humanidad ha presenciado tan en directo el desarrollo de una guerra como la actual de Ucrania. Hay otras guerras en otros puntos del planeta, pero por ser de menor entidad y también por tener muy poca repercusión en Occidente, no las seguimos día a día.

Hasta que la muerte nos separe

 

Qué bonito e idílico suena y hasta qué punto irreal en los tiempos que corren. Parece mentira que lo que hasta hace no mucho era la ilusión de los jóvenes cuando encontraban una persona con quien compartir su vida, después de un noviazgo prudente, se haya convertido prácticamente en una frase un tanto cursi, algo teórico e increíble. Ocurre con demasiada frecuencia.

Desde los orígenes

En 1929 Edwin Hubble descubrió algo que seguramente desconcertó a muchos científicos y filósofos: la expansión del universo. El universo está en constante dilatación. Y, a partir de ese dato, se siguió investigando sobre cómo se produce esa variación y, retrocediendo, se llega al tamaño infinitesimal del comienzo. Desconcertante para tantos que habían negado tranquilamente, sin más apoyo, la creación. A partir de ese momento ya hay más cuidado a la hora de hablar sobre este tema.

Retrasado

Más sobre el tiempo. Salió la cuestión del egoísmo de “mi tiempo” y también el tiempo perdido con los móviles y similares. Pero siguiendo con esta problemática querría incidir en los retrasos. O sea, uno queda con un amigo a las 8 de la tarde para tomar algo en el bar de la esquina y llega a las 8:30. A veces se excusa, a veces no dice nada. Si es reincidente, sonríe como quien lo está intentando pero no lo consigue.

Movilizados

Estar movilizados podría sonar a que me han puesto en movimiento, me llevan o me traen. Pero ahora tenemos el efecto contrario con el móvil. Estamos paralizados por el móvil. Aparentemente es un medio de comunicación que me permite estar en muchos sitios, pero la verdad es que me ata. El efecto más habitual es que me está dominando. Si preguntamos  por ahí a cualquiera sobre esta esclavitud la negarán. “Yo domino perfectamente el aparatito”.

Procesionando

Iglesias abarrotadas, hasta la bandera, con fieles casi fuera del templo, y no por guardar distancias pandémicas, que ya la gente pasa un poco, aun cuando vayan con mascarillas. ¿Qué ha pasado? Parecía que eso de vivir la Semana Santa era una cuestión olvidada como costumbre cristiana. Ahora la gente se va a la playa.

Mi tiempo

 El individualismo reinante en nuestra sociedad desemboca en una percepción irreflexiva del tiempo como algo mío. Vivo en sociedad, casi seguro que en familia, pero no percibo el tiempo ajeno, ni se me ocurre pensar en que hay tiempos comunes. Las personas que viven así no tienen ningún cargo de conciencia. Son máquinas, y las máquinas tienen que funcionar a la perfección, pero ninguna máquina piensa en otras máquinas, porque no tienen cerebro.

Educación de la afectividad

Educar es tarea de los padres. También puede haber colegios especialmente involucrados que se preocupen por la educación, no solo por la formación académica de los alumnos. Pero la educación de la afectividad y de la sexualidad compete a los padres. Es una cuestión delicada en los tiempos que corren y si el padre o la madre se queda al margen porque, ya se sabe, hay mucho trabajo, no tengo tiempo para nada, está faltando gravemente a unos de sus deberes más trascendentales.

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