En mi barrio había una pequeña librería con un sabio dentro, el librero, que sabía lo que tenía sin mirar en medios técnicos, que no tenía, y que, sin haber leído todos los libros que allí guardaba, sí se hacía bastante cargo de sus contenidos. Daba gusto ir por allí, tanto si buscaba un título concreto como si necesitaba “algo” para el verano. Hace ya tiempo que se jubiló, supongo, y que aquella librería, que era una referencia importante entre los vecinos, quedó cerrada para siempre. Ahora tengo que ir un poco más lejos para encontrar algo parecido. La de mi barrio murió.