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La compañía de la muerte

Después de un año de epidemia, quien más quien menos tiene la experiencia de la muerte de algún ser querido, de alguna persona cercana, de alguien de la familia. Esto le puede pasar a una persona, sobre todo de cierta edad, que ve como sus amigos mueren, porque han llegado a una edad de riesgo y, podríamos decir, es lo natural. Pero lo que nos está ocurriendo estos días es algo inédito. Hay que mirar a las últimas guerras, y eso no lo hemos pillado los de esta generación, para pensar en algo parecido.

De nuevo, el amor

Me ha sorprendido el último libro de Montiel por su perspicacia para entender los problemas de fondo de nuestra sociedad, que no son ni la pandemia, ni las dificultades económicas. Lo explica así: “Un insecto metálico sobrevuela tu casa. Medio centenar de vidas a una altura superior a la del monte Fuji mientras las nubes rezan debajo de sus asientos, perplejas ante la prisa del aparato. Imagina a los antiguos cartógrafos, la cara que pondrían si pudiesen abrir sus tumbas y contemplar desde arriba las fronteras del mar. Su sorpresa al conocer el dibujo de las islas. Ver un mundo tan señalizado con tantos hombres perdidos. Porque, si bien sabemos construir aparatos capaces de la velocidad, pantallas táctiles y robots que simplifican nuestras vidas, hemos descuidado el alma. Velados por una soberbia que ha cebado nuestros hallazgos, se nos ha olvidado el corazón”(p. 33).

En el fondo de la pandemia

He ido a rezar ante el féretro de un amigo -la pandemia cierra también los féretros- y he coincidido con sus hijas en que hemos rezado mucho para que se curara -hace un mes estaba perfectamente- pero que en realidad rezábamos por nosotros, porque nos quedamos huérfanos; en cambio de él sabemos que está a buen recaudo. Era un hombre muy bueno. Pero el coronavirus no perdona a nadie.

La riqueza es la familia

Es la conclusión a la que se llega hoy en bastantes ambientes occidentales en los que, durante decenios, se ha buscado el dinero a costa de todo. Las rupturas familiares han sido lo más habitual en muchos países ricos, porque lo que predomina es el egoísmo del individuo solitario, y más desde que el feminismo impulsó a muchas mujeres a desentenderse de su vocación de madre.

Espiritualmente pobres

No es lo mismo la idea de pobres de espíritu, que son bienaventurados, según las palabras de Jesús, recogidas en el evangelio de San Mateo, que los espiritualmente pobres. Estos abundan más que los otros. Ser pobre de espíritu supone una actitud de desprendimiento de los bienes de la tierra, algo difícil de conseguir en el ambiente occidental donde prima la riqueza y el vivir bien sobre otro cualquier valor. Así que bajo esa descripción hay pocos bienaventurados.

Oír misa entera…

 

Es una expresión que borraría de los catecismos y libros de espiritualidad, porque es manifiestamente empobrecedora. Los católicos, cuando vamos a la iglesia los domingos, o cualquier otro día de fiesta o no fiesta, no vamos a oír: vamos esencialmente a participar, porque tenemos alma sacerdotal. Vamos a unirnos a la cruz de Cristo, con afán redentor, y vamos a recibir el cuerpo de Cristo.

Aborto lícito

El 30 de diciembre, por la noche, en el telediario, salieron imágenes del momento de la notificación de la aprobación del aborto en Argentina. Consternación era lo que se percibía en los que habían luchado meses en contra de esta ley. Y, sorprendentemente, lágrimas de emoción entre mujeres jóvenes proabortistas. Se sentían emocionadas de poder matar. Seguro que esas imágenes se pueden encontrar en algunas noticias en internet. No me lo invento y me dejaron muy pensativo. ¡Lágrimas de emoción y abrazos de felicitación!

San José, artesano experto

Metidos de lleno en las fiestas más entrañables del año, incluso con toda la problemática de la pandemia, parece lógico que en este año de San José, en el belén él sea un poco más protagonista, sin que se enfade el Niño y sin que se en enfade la Madre.

Pobreza de Belén

Hacía frío y estaban lo más cerca posible del fuego, tanto el que tenía turno de vigilancia del rebaño como los que dormían. Acurrucados entre sus mantas tuvieron, de pronto, un sobresalto extraordinario, tanto el despierto como los durmientes. Una luz sorprendente les rodeó, les llenó. Era una luz muy fuerte, que no les hacía daño, a pesar del contraste con aquella negra noche sin luna. Atemorizados, ninguno fue capaz de articular palabra. Mudos, maravillados por el espectáculo, pero llenos de miedo por el insólito acontecimiento. Y una voz alegre, vibrante, les dio, de alguna manera, razón de lo que allí estaba pasando: No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador. Y a continuación un inmenso y maravilloso coro cantó a lo largo y ancho de aquellas tierras de Belén, de un modo que ni los pastores ni los demás habían oído jamás.

Peligro de muerte

Una conversación entre amigos me llevó al conocimiento de una temática que nunca me había interesado y que, después de la conversación, seguía sin interesarme excesivamente. Hablaba uno de ellos de que había heredado de su padre una pistola. La tenía en casa, pero era consciente de que estaba prohibido tener armas de fuego sin permiso. Alguien le dijo que preguntara a la Guardia Civil, pero era consciente de que cualquier declaración de su pertenencia supondría que se la confiscaran de inmediato y quizá con una multa.

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