Hacía frío y estaban lo más cerca posible del fuego, tanto el que tenía turno de vigilancia del rebaño como los que dormían. Acurrucados entre sus mantas tuvieron, de pronto, un sobresalto extraordinario, tanto el despierto como los durmientes. Una luz sorprendente les rodeó, les llenó. Era una luz muy fuerte, que no les hacía daño, a pesar del contraste con aquella negra noche sin luna. Atemorizados, ninguno fue capaz de articular palabra. Mudos, maravillados por el espectáculo, pero llenos de miedo por el insólito acontecimiento. Y una voz alegre, vibrante, les dio, de alguna manera, razón de lo que allí estaba pasando: No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador. Y a continuación un inmenso y maravilloso coro cantó a lo largo y ancho de aquellas tierras de Belén, de un modo que ni los pastores ni los demás habían oído jamás.