Nos hemos quedado sin sonrisas. Así, como el que no quiere la cosa, llegó el virus, nos tapó la boca y nos dejó sin la amabilidad del gesto. Quizá no nos dimos cuenta nunca de este detalle. Vas por la calle y, si estás en tu barrio, como el que no quiere la cosa, como lo más natural, saludas a Marino, el trabajador de la gasolinera, del otro lado de la calle, que te sonríe de oreja a oreja, y pasas junto al quiosco y haces un pequeño gesto de amabilidad, que lleva consigo una leve sonrisa, a la quiosquera. Y te encuentras con Airedín, el rumano de la esquina pidiendo limosna, y le das algo o no, pero la sonrisa suya y la mía que no quede.