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Mal educado

Ha sido siempre un insulto. No es fácil que se lo diga un amigo a otro, ni un colega de trabajo a otro. Se lo dicen los padres a los hijos en alguna ocasión, sin darse cuenta de que la culpa es suya. Quizá lo comenta una madre con otra, hablando del hijo de una tercera. “Es un maleducado”.

Oficios de Semana Santa

El día de San José, por la mañana pronto, un hombre mayor iba delante de mí por la acera y al adelantarle oí que estaba hablando por el móvil: “Sí, ahora voy a misa, ya sabes que hoy es día de misa. A ver si te vienes tú también…”. No cogí más, pero me resultó conmovedor, una imagen de buen cristiano que sabe valorar las fiestas y vivirlas como la Iglesia nos enseña, y además animando a otros.

Paternidad

“Hasta luego, padre”, me acaba de decir un vecino que ha venido a mi casa. Es venezolano. Al portero de la finca alguna vez le dije mi nombre, pero siempre me dice “Buenos días, padre”, “que tenga buen día, padre”; es cubano. En el ejército español es fijo e indiscutible el “pater” de cualquier soldado u oficial que se cruza con el capellán del cuartel. Incluso a mí, que bordeo el Ministerio de Defensa casi todos los días, porque vivo al lado, alguna vez me han saludado, con gran respeto, con el “pater” incuestionable.

Deseo de trascendencia

La autora de “Feria” nos cuenta que su padre es ateo, su madre agnóstica, por no decir simplemente “no practicante”. Pero su abuela María Solo es católica practicante. Y ella, la autora y protagonista, con el tiempo, ve más atrayente lo de la abuela y decide hacer la Primera Comunión, con el monumental enfado de su padre, que no es precisamente un hombre dejado, ignorante, sino que es más bien un ateo practicante. Ateo monoteísta, dice Ana Iris constantemente, lo que ha oído decir a su propio padre.

Amor y desamor

Está de moda “Feria” de Ana Iris Simón, así que lo he leído. A veces es inútil quedarte al margen, cuando te llega por aquí o por allá ¿no has leído “Feria”? Solo puedo decir que me alegro de haberlo leído y no queda más remedio que decir que es único, como la Mancha. Ana Iris es de Campo de Criptana, pero de punta a cabo, sin disimulo ninguno.

Historia de casi todos los libros

He leído la primera parte de “El infinito en un junco”, o sea, algo más de la mitad del libro, que tiene 450 páginas. Me han dicho que es la mejor. Ya veré si leo la segunda. Es uno de esos libros que lees porque lo ha leído mucha gente y le han dado el premio al libro más leído el año pasado en España, etc.

¿Hablar de Dios?

“¿Cómo hablar de Dios hoy?” Podría ser el título de una charla o conferencia, pero es un libro, de hace ya unos pocos años, de un personaje ya bien conocido por sus muchas obras, Fabrice Hadjadj. Rompedor y sugerente en muchas de sus obras, en esta, desde el principio, se advierte una línea más seguida, más clásica. El motivo, seguramente es que procede de una conferencia pronunciada en 2011 en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos.

La compañía de la muerte

Después de un año de epidemia, quien más quien menos tiene la experiencia de la muerte de algún ser querido, de alguna persona cercana, de alguien de la familia. Esto le puede pasar a una persona, sobre todo de cierta edad, que ve como sus amigos mueren, porque han llegado a una edad de riesgo y, podríamos decir, es lo natural. Pero lo que nos está ocurriendo estos días es algo inédito. Hay que mirar a las últimas guerras, y eso no lo hemos pillado los de esta generación, para pensar en algo parecido.

De nuevo, el amor

Me ha sorprendido el último libro de Montiel por su perspicacia para entender los problemas de fondo de nuestra sociedad, que no son ni la pandemia, ni las dificultades económicas. Lo explica así: “Un insecto metálico sobrevuela tu casa. Medio centenar de vidas a una altura superior a la del monte Fuji mientras las nubes rezan debajo de sus asientos, perplejas ante la prisa del aparato. Imagina a los antiguos cartógrafos, la cara que pondrían si pudiesen abrir sus tumbas y contemplar desde arriba las fronteras del mar. Su sorpresa al conocer el dibujo de las islas. Ver un mundo tan señalizado con tantos hombres perdidos. Porque, si bien sabemos construir aparatos capaces de la velocidad, pantallas táctiles y robots que simplifican nuestras vidas, hemos descuidado el alma. Velados por una soberbia que ha cebado nuestros hallazgos, se nos ha olvidado el corazón”(p. 33).

En el fondo de la pandemia

He ido a rezar ante el féretro de un amigo -la pandemia cierra también los féretros- y he coincidido con sus hijas en que hemos rezado mucho para que se curara -hace un mes estaba perfectamente- pero que en realidad rezábamos por nosotros, porque nos quedamos huérfanos; en cambio de él sabemos que está a buen recaudo. Era un hombre muy bueno. Pero el coronavirus no perdona a nadie.

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