Cualquier madre, yo misma, con mi bebé en los brazos, me pregunto qué cara pondría si viera a tres señores vestidos de modo “estrafalario” –por decir algo-, seguidos de sus mayordomos (¿?) llamando a mi puerta y entregándome oro, incienso y mirra.
-“¡Cosas de hombres!”
Sí. De hombres a la antigua porque los de hoy en día saben perfectamente que unos pañales, una esponja natural y unas toallitas son de muchísima más utilidad para una joven madre. Claro que la Madre de Jesús supo sopesar que no se trataba de la “utilidad del regalo”. No. Se trataba de la dignidad de su Hijo.