Conocí al periodista navarro, Javier Marrodán, en el Colegio Mayor Belagua, Torre II, en los comienzos de los años ochenta del siglo pasado, cuando él comenzaba sus estudios universitarios y yo acababa de defender mi tesis doctoral en historia de la Teología en la Universidad de Navarra y daba clases en la Facultad de Teología de Historia de la Iglesia y de otras variadas y múltiples asignaturas, mientras escribía artículos, hacía reseñas, era el secretario de una revista de teología e impartía clases, meditaciones y, sobre todo, dedicaba muchas horas a hablar con universitarios navarros y de otras ciudades de España y de todo el mundo que venían a aquella universidad y a aquella Torre de alojamiento, siempre llena de vida de empuje, de ilusiones y de proyectos (558).