A lo largo del siglo XX se ha ido estudiando, cada vez con mayor detalle, el grado y la intensidad de la aportación de la mujer, entendida como género humano, en el desarrollo y en la implantación de la cultura y de la civilización occidental y, por tanto, su aportación específica tanto en el desarrollo y aplicación de la democracia, como, en general, del progreso humano.