Dentro de la urgente necesidad de la Reforma de la Iglesia caput et membris (de la cabeza y de los miembros) que se hacía sentir con toda urgencia a comienzos del siglo XVI, después del fiasco del Concilio de Constanza celebrado un siglo antes, se dieron tres respuestas. La primera, la luterana, que llegó en 1517, con las consabidas 90 tesis de Wittenberg por parte de un agustino biblista, llamado Martín Lutero, quien, como es sabido, comenzó reformando la Iglesia, para terminar por reformar la fe y entregar la Iglesia real al poder civil.