A partir de unas palabras en las que Schelling insinúa, a la manera de los gnósticos, que la tristeza es el telón de fondo de la naturaleza en general y de la condición humana en particular, George Steiner desarrolla diez tesis acerca de la tristeza inherente a la condición pensante del ser humano. Como en los «ejercicios de sabiduría» de un Séneca o un Marco Aurelio, pero desde una perspectiva marcada por la neurofisiología y la física cuántica, el autor levanta ante el lector una batería de preguntas que delatan el carácter dramático del pensamiento humano. ¿Hay algo más allá del pensar que sería impensable? ¿Podemos vivir sin pensar en absoluto? ¿El pensamiento es infinito? ¿Cuáles son las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje, y entre el pensamiento y el yo? ¿Podemos realmente pensar el pensamiento? En la última de las Diez (posibles) razones Steiner aborda la cuestión de Dios. «Verosímilmente», dice, «el homo se hizo sapiens [...] cuando surgió la cuestión de Dios». En efecto, ¿no ha fascinado por igual a creyentes y a incrédulos la cuestión de Dios?
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En este nuevo y reciente libro de George Steiner, el filósofo se interroga una vez más sobre el sentido del pensar del hombre y, en última instancia, sobre el sentido de la vida. Sobre los límites del conocimiento pendula constantemente la pregubta por el sentido, la pregunta por la Verdad que Pilatos quiso eludir. Nos jugamos mucho, "somos capaces de examinar y formular "cuestiones primordiales" -¿Cómo surgió el cosmos? ¿Tiene sentido nuestra vida? ¿Existe Dios?- Ese impulso a la interrogación engrendra la civilización humana, sus ciencias, sus artes, sus religiones" (23). Para Steiner, ese impulso es connatural al hombre, de tal manera que "verosímilmente, el homo se hizo sapiens y los procesos cerebrales evolucionaron más allá del reflejo y del simple instinto cuando surgió la cuestión de Dios" (99). Tras su Nostalgia del absoluto, Steiner viene a dar de nuevo con la pregunta por Dios, pero esta vez matiza que esa insatisfacción del hombre moderno, por la caída de los grandes relatos que daban razón del sentido último a la existencia, no deja de ser el reflejo de la tristeza última de todo conocimiento humano. Ante la imposibilidad de conceptualizar la nada, Steiner afirma que "como un niño asustado que silba o grita en la oscuridad, nos esforzamos por evitar el agujero negro de la nada. Lo hacemos cuando los escenarios resultantes son ofensivamente pueriles y mero kitsch" (99). A vueltas con el sentido, con el absoluto, con la Weltanschauung, "el tema de Dios parece ser específico y privativo de la especie humana. Somos la criatura que tiene capacidad para afirmar o negar la existencia de Dios" (100). Quizá esta vez Steiner se deja arrastar por la misma tristeza que describe en el conocimiento moderno desde Descartes. Steiner aboga, quizá como salida honrosa ante las limitaciones del pensamiento, por un "agnosticismo tolerante" que exige unas "madureces irónicas" (101). A pesar del aparente derrotismo, Steiner no deja de afirmar rotundamente que "abstenerse de esa interrogación, censurarla, sería eliminar el pulso y la dignitas definidores de nuestra humanidad" (102). Lo implacable de la afirmación de que "no podemos esperar ninguna respuesta" (103), quizá nos recuerda el lamento de Job: "Aunque tuviera razón, no hallaría respuesta, ¡a mi juez tendría que suplicar! Y aunque le llame y me responda, aún no creo que escuchará mi voz" (Job 9, 15-16). Finaliza Steiner, en tono melancólico, abogando por la música como el medio seductor que revela una intuición más allá de las palabras (105). Quizá sería bueno traer aquí, más allá de la tristeza, las siguientes palabras: "no es fácil aceptar esta superación de los límites de nuestra razón. Por eso, la fe que es un acto humano muy personal, sigue siendo una opción de nuestra libertad, que también puede rechazarse. Ahora bien, aquí emerge una segunda dimensaión de la fe, la de fiarse de una persona: no de una persona cualquiera, sino de Jesucristo, y del Padre que lo envió. Creer quiere decir entablar un vínculo personalísimo con nuestro Creador y Redentor, en virtud del Espíritu Santo que actúa en nuestro corazón, y hacer de este vínculo el fundamento de toda la vida. En efecto, Jesucristo "es la Verdad hecha persona, que atrae hacia sí al mundo. Cualquier otra verdad es un fragmento de la Verdad que es él y a él remite" (Discurso a la Congregación paara la doctrina de la fe, 10 de febrero de 2006). Así, colma nuestro corazón, lo dilata y lo llena de alegría. impulsa nuestra inteligencia hacia horizontes inexplorados y ofrece a nuestra libertad su decisivo punto de referencia, sacándola de las estrecheces del egoísmo y capacitándola para una amor auténtico" (Benedicto XVI. Discurso a los participantes en la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma. Lunes 5 de junio de 2006)