La muerte

En estos días del coronavirus con tantas publicaciones de fotografías en la prensa de ataúdes; con tantas colas en la morgue, con elogios a los capellanes de los cementerios, se hace casi banal, hablar de la muerte y hacerlo con el debido respeto y dolor, pues la muerte nos habla de la vida terrena que ha concluido y del inicio de la vida eterna: “se muere como se ha vivido”.

Iglesia y democracia

El papa Benedicto XVI, en los primeros e intensos días del comienzo de su extraordinario pontificado (2005-2013), en los que devolvió la paz a los corazones inquietos y confirmaba, con sus palabras y seguridad, a los obispos, sacerdotes, religiosos y pueblo fiel, en la fe de siempre y, de ese modo, al devolverles la esperanza, subrayaba muchas veces dónde estaba el verdadero enemigo: la dictadura del relativismo.

Sobre metarrelatos y otras mentiras

Los grandes relatos son construcciones teóricas que ofrecen explicaciones simplificadas de acontecimientos históricos mucho más complejos, y las insertan eficazmente en la cultura popular. Son memoria con carga dramática aunque no historia real. Después los escritores y periodistas, políticos las utilizan a su favor por un tiempo, según el historiador Jaume Aurell[1].

En las manos de Dios

Precisamente, en estos días de la pandemia, mientras andamos haciendo cosas, entretenidos con mil asuntos y dedicando tiempo a la oración, a la lectura, a estar con los nuestros, a hablar con los amigo y familiares, a estudiar atentamente las curvas de la epidemia para vislumbrar la llegada de la libertad, conviene volver una y otra vez a la conciencia clara “de estar en las manos de Dios”.

Dar gloria a Dios

Verdaderamente son días de una gran alegría interior, pues llegamos a la alegría de la Pascua y de la pronta vuelta a la normalidad para llevar a quienes nos rodean la alegría de Cristo resucitado y de cómo hemos sido llamados a vivir por Él, con Él y en Él. Son días para recordar cómo Cristo ha vencido a la muerte y al pecado y nos ha abierto las puertas del cielo. Efectivamente, decía san Josemaría en un punto inolvidable de su obra de meditación, Camino: “Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible” (Camino, n. 783).

¿Ahorrar o gastar?

En los tiempos que corren y en las vicisitudes actuales, verdaderamente preocupantes desde el punto de vista económico, quizá haya un buen número de personas que se habrán arrepentido de no ahorrar. El mundo nuestro, la sociedad occidental, se ha dado con frecuencia al lujo y al gasto alocado, por caprichos, por buscar el descanso, a veces por las apariencias. Es verdad que el primer mal ejemplo nos lo dan los políticos, que, por mantener contentos a sus votantes, gastan lo que no tienen.

El más allá

Indudablemente, estamos viviendo unas semanas muy especiales, con Semana Santa incluida, en la que los cristianos del mundo entero estamos procurando rezar muy unidos al Santo Padre Francisco, identificados con Cristo en su Pasión y su muerte por todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.

La belleza literaria

La belleza como camino certero para llegar a Jesucristo ha sido repetidamente recomendado en estos últimos años por Benedicto XVI y por el papa Francisco en sus encíclicas y homilías.

La primera Semana Santa

Es importante volver la mirada a Cristo y más en esta Semana Santa, para descubrir, entre otras muchas cosas, que el camino directo para encontrar a Dios es conocer a Cristo y, por tanto, lo mucho que Él ha lecho por todos y cada uno de nosotros los hombres de todos los tiempos.

Guía docente

Aprovechando la reclusión por motivos sobradamente conocidos de todos, he podido dedicar un tiempo extenso a elaborar una guía docente sobre la asignatura de historia de la Iglesia moderna y contemporánea. A lo largo del trabajo han brotado algunas ideas que me parece conveniente compartir.

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