Estamos tan acostumbrados a vivir y a transmitir la fe cristiana en la civilización occidental, a través del sacramento del bautismo, de la educación y de la familia, que todavía nos asombra constatar cómo Dios, para salvar a los hombres, puede escoger otros caminos, para lograr captar la atención de las almas hacía Él y, de ese modo, llevarlas a la felicidad del encuentro: al impacto de la amistad con Jesucristo: “Aún vive Cristo” (63).