Los Reyes Magos probablemente no eran reyes ni tampoco magos sino sacerdotes-astrólogos seguidores de la religión persa de Zoroastro. No son seres míticos sino hombres reales, de carne y hueso, que llegaron después de un largo viaje a reverenciar a un Niño, también de carne y hueso, nacido en Belén. No lo encontraron en una cueva porque José había buscado con diligencia una casa sencilla para albergar por una temporada a la Sagrada Familia: su responsabilidad primera y su misión en la vida, tal como le manifestó el ángel. No fue una ensoñación subjetiva en el duermevela, como señalaba una guía pastoreando a un grupo de orientales ante un belén napolitano, adhiriéndose con fervor a las viejas teorías de la desmitificación y contaminándoles de escepticismo.