En los tiempos que corren nos
encontramos con personas que afirman no creer en la Iglesia, algunos ni
siquiera en Jesucristo, pero que pueden mantener una cierta afirmación de
lo divino, de lo trascendente y, no pocas veces, de lo mágico. Es
más, diría que hay dos posiciones opuestas pero no encontradas:
la de los paganos que creen en lo misterioso y la de los creyentes que
necesitan lo extraordinario.