Evidentemente, esta pregunta se la plantearon los primeros cristianos inmediatamente, pues todos ellos tenían la experiencia de su encuentro personal con Jesús y habitualmente quedaban impactados por su figura, por sus palabras, por sus obras y por sus milagros. De hecho, por ejemplo, en el inolvidable milagro de la tempestad en la barca, cuando Jesús intervino y se produjo la calma, ellos comentaron entre sí y exclamaron: “¿Quién es este que hasta el viento y el mar obedecen?” (Mc 4, 41).