Al terminar la Segunda Guerra Mundial, San Josemaría se aprestó, con el envío de sacerdotes y laicos del Opus Dei, a colaborar en la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, para ayudar a los obispos de Italia, Alemania, Austria, Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, Suiza y habría llegado hasta el último rincón de Europa, si no hubiera caído el telón de acero, es decir el terrible muro de Berlín, que dejó aislados y sin libertad a la mitad oriental de Europa, los Balcanes y la mitad del imperio austro húngaro.