Seguramente el título suena ambiguo, pero la ambigüedad es buscada. Una de las expresiones que habitualmente me hacen rechinar los dientes es “el consumo de literatura”: veo una buena novela sobre un estante de supermercado entre lociones y cremas, o en una bandeja de plástico junto a la hamburguesa y las patatas fritas… La literatura, pues, un objeto físico deglutible o aplicable por capas… Pero nunca ha sido esa mi experiencia. Tener un libro solo quiere decir que todo está por hacer: como un bello collado es aún promesa de andanzas contemplado desde el parking un domingo a las 9 y pico de la mañana. En el fondo, mi anhelo es pertenecer a algo grande, bello, valioso.