Cabe suponer que la mayoría estará de acuerdo en que, si a un niño sus padres y sus profesores le conceden desde pequeño todo lo que desea, a la larga, saldrá perjudicado, porque cuando tenga que afrontar las dificultades de la vida cotidiana se encontrará indefenso, caprichoso, egoísta, inmaduro, sin una voluntad recia y decidida e incapacitado para el discernimiento. Las ideas pedagógicas roussonianas y románticas han hecho un flaco servicio a millones de niños desde que se pasó del palo al sentimentalismo, extremos ambos nefastos. Lo explica muy bien, y con datos y ejemplos abundantes, el médico y psiquiatra Anthony Daniels –cuando escribe usa el pseudónimo de Theodore Dalrymole–, en Sentimentalismo tóxico (Alianza 2016), un libro muy esclarecedor y recomendable.